-AVISO SPOILERS-
Se ha convertido ya en una costumbre que lo mejor de The Boring Dead, o al menos, lo más interesante, sea una imagen, una frase, una revelación al final del capítulo que cierra cada temporada. El cliffhanger.
Durante los últimos ocho episodios de esta segunda parte de la cuarta temporada, hemos visto a los personajes transitar alrededor de una vía de tren. Es la imagen más clara que se les ha ocurrido a los guionistas para visualizar que los destinos de los protagonistas siguen unidos a pesar de haberse separado tras el final de la primera tanda de episodios. El problema es que esto, ya lo sabíamos ¿o no?
Pero vale, la apuesta era separar a los personajes, y agruparlos en parejas o tríos, para explorar las relaciones -menos explotadas- entre ellos. Eso ha dado la oportunidad de conocer a esos secundarios con menos protagonismo, o desvelar aspectos del pasado del misterioso y carismático Daryl (Norman Reedus). Para centrar el interés -y que la cosa no pierda el rumbo- los guionistas señalan el destino de todos: un cartel que pone "Terminus", y que es precisamente donde todas las vías de tren se encuentran. Un misterioso lugar que prometía ser un santuario, un refugio para todos.
El mullet para caracterizar a un personaje |
Como novedad, el encuentro con el doctor Eugene Porter (Josh McDermitt), que afirma conocer el origen de la infección zombie, y que pretende llegar a Washington para salvar el mundo. Los que hemos leído el cómic tenemos bastante idea de cómo acaba esto. Los que no...
Esto lo hizo ya John Huston en El juez de la horca (1972) |
El principal problema de la serie es que los zombies están agotados como amenaza. Y eso que los guionistas se han estrujado para utilizarlos de manera creativa: Glenn (Steve Yeun) se viste con el uniforme de un antidisturbios (un homenaje a un momento ya clásico en los cómics); Daryl se protege de varios muertos vivientes tras una camilla en una funeraria; Maggie (Lauren Cohan), Bob (Lawrence Gilliard Jr.) y Sasha (Sonequa Martin-Green) luchan espalda con espalda repeliendo a los zombies que emergen de la niebla; los muertos carbonizados surgidos de un misterioso incendio a lo lejos; los cadáveres que bloquean un túnel: la luz al final del mismo pasa a través de los agujeros en la carne de uno de ellos.
La amenaza proviene ahora de otros supervivientes, como los que invaden la casa en la que Rick (Andrew Lincoln) se había refugiado. Es el mismo grupo que luego encontrará Daryl, y que tiene un papel clave en el final de la temporada. Más interesante resulta Lizzie (Brigthon Sharbino) la perturbadora niña psicópata que está a punto de matar a la bebé Judith tratando de hacerle callar, que no reconoce la diferencia entre los vivos y los muertos vivientes, y que acaba asesinando a su hermana Mica (Kyla Kenedy) para demostrar que somos iguales. Por último, la verdadera naturaleza de Terminus, que demuestra que los enemigos ahora somos nosotros mismos.
El otro eje argumental de la cuarta temporada es la deshumanización como arco de transformación de los personajes. Obligados a sobrevivir cada día, a ver cómo sus amigos y seres queridos mueren, y a tener que matar en defensa propia, los protagonistas, especialmente Rick, se han convertido en auténticas máquinas de supervivencia. Esto nos lleva a esa frase al final del último episodio, que promete un cambio que llevamos esperando cuatro temporadas... y que probablemente se encargarán de suavizar en la quinta.
Siempre he querido vivir en un mundo post apocalíptico. Es verdad que ya no tendríamos despedidas de soltera, ni sesiones de control en el Congreso, ni blogs. Sí, perderíamos todo eso. Pero ganaríamos mucho más. Ya no tendríamos preocupaciones existenciales sobre el sentido de la vida, ni buscaríamos la felicidad inútilmente. Cada día estaríamos satisfechos con comer sin ser comidos. Y sobre todo, el amor, eso tan complicado, sería mucho más práctico: me gustas tú, porque te tengo al lado y no te has muerto (todavía). Yo sé a quién me arrimaría...
¡Ojo! |
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