Es quizás el principal defecto de la película, la necesidad de apoyarse en el rótulo "basado en hechos reales" para justificar que los personajes se presten al juego que plantea un sádico y misterioso personaje. Un supuesto policía que acusa de haber robado, mediante una llamada telefónica, a una empleada de un restaurante de comida rápida. Sin identificarse, ni comprobar de ninguna manera su identidad, esta voz consigue que la supervisora del restaurante retenga, y humille, a la empleada. La sádica "broma" acaba en una agresión sexual contra la joven que nadie evita. Un rótulo al final de la película nos dice que esto ha ocurrido unas 70 veces en Estados Unidos. Nos lo tenemos que creer, porque ha pasado de verdad.
Esta historia real sirve al director y guionista Craig Zobel para plantear una tesis sobre la (in)capacidad de pensar libremente del individuo en nuestra sociedad. Los personajes de Compliance trabajan en un restaurante de comida rápida, por lo que podemos inferir que son de clase trabajadora, sin estudios, y sin perspectivas de mejorar su estatus económico y social. Pero esa condición no les hace rebelarse ante el estado de la cosas, todo lo contrario. La víctima, Becky (Dreama Walker), es una joven de 19 años, rubia y atractiva, pero de pocas luces, que se dedica a salir con chicos, y a mantener triviales conversaciones sobre la funda protectora de su teléfono móvil. A pesar de saberse inocente, y encontrar absurdas las acusaciones en su contra, permitirá terribles agresiones contra su persona, aunque nadie la retiene por la fuerza.
La protagonista, Sandra (Ann Dowd), es la supervisora encargada del restaurante. Podemos inferir que ha conseguido ser la jefa del local por sus años de experiencia, ya que la película se encarga de demostrar su escasa inteligencia mediante detalles como la ilusión que le hace que su novio le pida formalmente matrimonio -algo que ni siquiera ha ocurrido realmente, pero ella anticipa- un convencionalismo social que demuestra claramente su conservadurismo cursi. Su pareja, Van (Bill Camp), además, es el responsable de la agresión sexual a Becky. Van es otro individuo de clase trabajadora que enseña su lado más oscuro en cuanto se bebe unas cervezas y se descubre en una posición de poder ante una joven atractiva.
Desde el principio de la película se nos enseña a Sandra como alguien incapaz de gestionar los problemas del restaurante -¡Se han quedado sin bacon!- y resulta vergonzoso su patético esfuerzo por actuar como líder ante sus empleados siguiendo la política de la franquicia de restaurantes. Es aquí donde la película juega su principal baza: Sandra sabe obedecer órdenes, pero su incapacidad de pensar por sí misma, la llevan a seguir el juego cruel del supuesto policía cuya identidad ni siquiera pone en duda. Sandra es el elemento más interesante de Compliance, porque plantea que a pesar de ser una "buena persona", de clase trabajadora, atenta con los empleados a su cargo, su falta de inteligencia, su conformismo, y su incapacidad de rebelarse ante una injusticia, la convierten en la auténtica villana de la película. "Ellos mandan, porque tú obedeces", dijo Camus.
Durante prácticamente todo el metraje de Compliance esperamos que alguno de los personajes se rebele. Pero incluso los empleados más jóvenes -que en teoría lo único que tienen que perder es un sueldo cutre en un trabajo sin futuro- se muestran incapaces de desobedecer o poner en duda las malas decisiones de su jefa, o lo absurdo de la situación. Lo aterrador de Compliance es que todos son ignorantes, egoístas, estúpidos, y eso lleva a unos a convertirse en verdugos, y a Becky a aceptar su papel de víctima sin oponer resistencia. Son borregos en manos de un lobo. Y nos lo creemos.
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