TURBO KID (2015)



Turbo Kid no es más que una broma, tremendamente simpática, que nació como cortometraje -un formato mucho más adecuado para este tipo de chistes, que se agotan enseguida-. Con esto no quiero decir que la película me haya disgustado, todo lo contrario, sino que estos productos basados en la nostalgia, en la parodia cariñosa, se esfuerzan más en la cita, en la referencia, que en contar una buena historia de la mejor manera posible. Generalizando ¿eh?. Lo que sí me ha gustado de Turbo Kid es que es un homenaje a los 80 inteligente y no demasiado obvio. Sitúa su historia en unos años 90 post-apocalípticos, ya que utiliza como marco Mad Max 2 (George Miller, 1981) o más bien, creo yo, los derivados italianos que explotaron el filón de este tipo de historias. Estas películas, por cierto, -pienso en 2019, tras la caída de Nueva York (Sergio Martino, 1983)- acababan siendo más similares a Conan el Bárbaro (John Milius, 1982) que a la saga de George Miller, supongo que por razones de presupuesto. Así, la historia de Turbo Kid es muy similar a la del bárbaro interpretado por Arnold Schwarzenneger: la familia del crío fue asesinada por los villanos a los que tendrá que enfrentarse de adulto, ya convertido en héroe. En el protagonista es donde encuentro el punto más entrañable de la esta propuesta: es el típico niño héroe de las películas de los 80, solitario, marginado, interesado en los cómics y en la cultura pop. Un friki, para entendernos. Para The Kid (Munro Chambers), el yermo habitado por brutos supervivientes es el equivalente del instituto y sus abusones para aquellos héroes ochenteros. Que The Kid se dedique a buscar reliquias del pasado -tebeos, cassettes- es un comentario brillante sobre los que con más de 40 años recorremos eBay buscando recuerdos -juguetes, cómics, vinilos- de nuestra lejana infancia. Arqueología friki. A aquel héroe de los 80 siempre le surgía una compañía fantástica para paliar su soledad -un extraterrestre, un gremlin, Sloth- y aquí ocurre lo mismo con Apple (Laurence Leboeuf), que resulta ser un robot, lo que nos hace pensar un poco en Alien (Ridley Scott, 1979) pero sobre todo en la olvidada Cherry 2000 (Steve De Jarnatt, 1987). Por último, están las bicicletas. Como en aquellas películas -E.T., el extraterrestre (1983), Los Goonies (1985) y hasta Stranger Things (2016)- el joven protagonista se mueve en bicicleta. Lo gracioso es que los adultos y los villanos, también. Apuntemos por último el guiño a Soylent Green (1973) cuando se descubre que el agua, son las personas. Hilarante. 



Volviendo a Mad Max, si aquella era un western -futurista- inspirado en la trilogía del dólar de Sergio Leone, aquí el spaguetti western también está muy presente -la venganza de Turbo Kid es equiparable a la de Armónica (Charles Bronson) en Hasta que llegó su hora (1968)- y el personaje de Frededric (Aaron Jeffery) está claramente inspirado en el hombre sin nombre que interpretó Clint Eastwood. Como he dicho antes, el cóctel de guiños y referencias es el principal motor de la película, su historia es muy sencilla, las interpretaciones cumplen sin más y la propuesta visual, modesta. Pero el ritmo, la simpatía que sentimos hacia los 80 y el gore inventivo y festivo son suficientes para que el film resulte simpático y entretenido. Sobre todo porque apenas dura 93 minutos. Un rostro ochentero -Scanners (1981), V (1984)- el de Michael Ironside, redondea el resultado. ¡Ah! y uno de los malos se llama Skeletron.

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