La apreciación del arte es una cuestión subjetiva, pero la suma de las subjetividades lleva a un consenso sobre el valor de una determinada obra. En 2025, el consenso -una parte de la crítica y el público- parecen dictar que Wes Anderson se ha petrificado en su propio estilo, que siempre hace la misma película y que ya cansa. Estas afirmaciones podrían formar parte de un sketch de Pantomima Full, ese dúo cómico con buen oído para descontextualizar las frases de 'cuñado' que solemos decir en el día a día, y que nos ridiculiza con fines cómicos. ¿Es La trama fenicia (2025) una cinta aburrida, sin imaginación, en la que el autor de Academia Rushmore (1998) se limita a repetir una fórmula perezosamente? Vamos a verlo. Lo primero que habría que decir es que el cine de autor, a grandes rasgos, es precisamente eso: la obra de un artista con determinadas obsesiones. Los más grandes, desde Éric Rohmer a Woody Allen, pasando por Pedro Almodóvar, se han repetido una y otra vez. Efectivamente, Wes Anderson -y su coguionista, Roman Coppola- nos vuelve hablar aquí de una figura paterna conflictiva, Zsa Zsa Korda (Benicio del Toro), que se ha desentendido de sus hijos pero aprenderá a amarlos, que es una suerte de genio -un emprendedor capaz de crear proyectos mastodónticos y generar grandes fortunas- pero torpe, un tipo que buscando el éxito siempre está al borde del fracaso, un aventurero amenazado constantemente por la muerte, cuya gran virtud es seguir siempre adelante, un héroe romántico en un mundo que ya no es el suyo y que se enfrenta al futuro intentando dejar un legado a sus hijos, en este caso, la hermana Liesl (Mia Threapleton). Korda es un personaje recurrente en la filmografía de Anderson, así como lo es su enfrentamiento con su hija, una chica joven, de convicciones fuertes, muy inteligente, que cuestiona a su padre constantemente. Esta relación es el centro de la trama, y, efectivamente, es muy similar a muchas de las historias que nos ha contado antes el director Los Tenenbaum. Una familia de genios (2001). Pero las peripecias que se nos presentan en La trama fenicia no son necesariamente las mismas que en sus otras películas. Aquí nos movemos dentro de una bande dessinée que recuerda a Hergé y que mezcla la aventura, la acción y el cine de espías. El argumento principal nos muestra a Korda buscando, desesperadamente, inversores para evitar la bancarrota -en lo que parece un comentario sobre el mundo que vivimos, el de Trump, Musk o Zuckerberg- mientras escapa de múltiples asesinos que intentan acabar con él. Paralelamente, Liesl buscará al culpable de la muerte de su madre: el principal sospechoso es su tío Nubar, personaje muy presente por su misma ausencia. Anderson firma así su relato más lineal y más asequible de los últimos años, desechando subtramas y su afinidad por contar historias dentro de las historias. Aquí solo encontramos interrupciones en unos estupendos momentos en blanco y negro expresionista que llevan a Korda nada menos que al Cielo. La religión, el capitalismo y la familia son los temas que subyacen como trasfondo de las peripecias de esta comedia excéntrica. Anderson abandona también los diálogos literarios y aunque sus personajes siguen hablando mucho y muy rápido, sus frases son algo más fáciles de seguir. Y es que uno de los grandes placeres del cine del director nacido en Houston son sus actores y escucharles recitar sus diálogos. Sí, todos son muy conocidos, y es fácil decir que se trata de un reparto de estrellas. Pero también es cierto que Anderson sabe elegir a actores fantásticos con una forma muy particular de hablar, por sus voces, sus acentos o la cadencia con la que se expresan: Michael Cera es su nuevo fichaje, pero también están Richard Ayoade, Mathieu Almaric, genios como Tom Hanks y Jeffrey Wright, o la susurrante Scarlett Johansson. Ahora bien, para que todo esto funcione, hay que conectar necesariamente con el humor de Anderson, algo esquinado, entre lo naive y lo seudointelectual, siempre irónico y autoconsciente, porque estamos, claro, ante una comedia. Por último, si consideramos a Anderson un autor con señas propias es por su estilo visual. En La trama fenicia el estilo pop que el director ha ido desarrollando desde sus inicios en el cine indie con Ladrón que roba a ladrón (1996) se mantiene en la cúspide alcanzada en El Gran Hotel Budapest (2014). Aquí tenemos la oportunidad de ver cómo planifica Anderson la acción trepidante de un accidente aéreo, nada que ver con lo que harían Christopher McQuarrie, Christopher Nolan o Alfred Hitchcock. Visualmente esta película es una maravilla en la que podríamos detenernos en cada fotograma como si fuese una viñeta perfecta donde todo brilla: la fotografía del francés Bruno Delbonnel -el tipo que fotografió Amélie (2001)-, el diseño de producción de Adam Stockhausen -colaborador habitual de Anderson-, los decorados de Anna Pinnock, el vestuario de Milena Canonero -que ha ganado cuatro premios Óscar y empezó su carrera con Kubrick-, y sin olvidar la música de Alexandre Desplat, que imprime el tono perfecto. La nueva película de Wes Anderson, claro, se parece a las anteriores, pero sus imágenes son extraordinarias, y si decimos que no merecen ser vistas en una pantalla de cine, yo ya no sé qué significa entonces la experiencia de acudir a una sala. Puedo entender que un crítico -o incluso un supuesto fan- que haya visto las últimas obras del director sienta cierta fatiga, pero me parece que sentenciar que el director ha llegado a un callejón sin salida es, como poco, un juicio demasiado audaz. Todo lo contrario, La trama fenicia puede ser un film menor, pero en una filmografía de un nivel artístico muy alto y precisamente por eso resulta ligero y delicioso. Una película estupenda que, quizás, con el tiempo, sea valorada como merece.
LAS NOVIAS DE GWANGI
LA TRAMA FENICIA -¿MÁS DE LO MISMO? SÍ, GRACIAS
La apreciación del arte es una cuestión subjetiva, pero la suma de las subjetividades lleva a un consenso sobre el valor de una determinada obra. En 2025, el consenso -una parte de la crítica y el público- parecen dictar que Wes Anderson se ha petrificado en su propio estilo, que siempre hace la misma película y que ya cansa. Estas afirmaciones podrían formar parte de un sketch de Pantomima Full, ese dúo cómico con buen oído para descontextualizar las frases de 'cuñado' que solemos decir en el día a día, y que nos ridiculiza con fines cómicos. ¿Es La trama fenicia (2025) una cinta aburrida, sin imaginación, en la que el autor de Academia Rushmore (1998) se limita a repetir una fórmula perezosamente? Vamos a verlo. Lo primero que habría que decir es que el cine de autor, a grandes rasgos, es precisamente eso: la obra de un artista con determinadas obsesiones. Los más grandes, desde Éric Rohmer a Woody Allen, pasando por Pedro Almodóvar, se han repetido una y otra vez. Efectivamente, Wes Anderson -y su coguionista, Roman Coppola- nos vuelve hablar aquí de una figura paterna conflictiva, Zsa Zsa Korda (Benicio del Toro), que se ha desentendido de sus hijos pero aprenderá a amarlos, que es una suerte de genio -un emprendedor capaz de crear proyectos mastodónticos y generar grandes fortunas- pero torpe, un tipo que buscando el éxito siempre está al borde del fracaso, un aventurero amenazado constantemente por la muerte, cuya gran virtud es seguir siempre adelante, un héroe romántico en un mundo que ya no es el suyo y que se enfrenta al futuro intentando dejar un legado a sus hijos, en este caso, la hermana Liesl (Mia Threapleton). Korda es un personaje recurrente en la filmografía de Anderson, así como lo es su enfrentamiento con su hija, una chica joven, de convicciones fuertes, muy inteligente, que cuestiona a su padre constantemente. Esta relación es el centro de la trama, y, efectivamente, es muy similar a muchas de las historias que nos ha contado antes el director Los Tenenbaum. Una familia de genios (2001). Pero las peripecias que se nos presentan en La trama fenicia no son necesariamente las mismas que en sus otras películas. Aquí nos movemos dentro de una bande dessinée que recuerda a Hergé y que mezcla la aventura, la acción y el cine de espías. El argumento principal nos muestra a Korda buscando, desesperadamente, inversores para evitar la bancarrota -en lo que parece un comentario sobre el mundo que vivimos, el de Trump, Musk o Zuckerberg- mientras escapa de múltiples asesinos que intentan acabar con él. Paralelamente, Liesl buscará al culpable de la muerte de su madre: el principal sospechoso es su tío Nubar, personaje muy presente por su misma ausencia. Anderson firma así su relato más lineal y más asequible de los últimos años, desechando subtramas y su afinidad por contar historias dentro de las historias. Aquí solo encontramos interrupciones en unos estupendos momentos en blanco y negro expresionista que llevan a Korda nada menos que al Cielo. La religión, el capitalismo y la familia son los temas que subyacen como trasfondo de las peripecias de esta comedia excéntrica. Anderson abandona también los diálogos literarios y aunque sus personajes siguen hablando mucho y muy rápido, sus frases son algo más fáciles de seguir. Y es que uno de los grandes placeres del cine del director nacido en Houston son sus actores y escucharles recitar sus diálogos. Sí, todos son muy conocidos, y es fácil decir que se trata de un reparto de estrellas. Pero también es cierto que Anderson sabe elegir a actores fantásticos con una forma muy particular de hablar, por sus voces, sus acentos o la cadencia con la que se expresan: Michael Cera es su nuevo fichaje, pero también están Richard Ayoade, Mathieu Almaric, genios como Tom Hanks y Jeffrey Wright, o la susurrante Scarlett Johansson. Ahora bien, para que todo esto funcione, hay que conectar necesariamente con el humor de Anderson, algo esquinado, entre lo naive y lo seudointelectual, siempre irónico y autoconsciente, porque estamos, claro, ante una comedia. Por último, si consideramos a Anderson un autor con señas propias es por su estilo visual. En La trama fenicia el estilo pop que el director ha ido desarrollando desde sus inicios en el cine indie con Ladrón que roba a ladrón (1996) se mantiene en la cúspide alcanzada en El Gran Hotel Budapest (2014). Aquí tenemos la oportunidad de ver cómo planifica Anderson la acción trepidante de un accidente aéreo, nada que ver con lo que harían Christopher McQuarrie, Christopher Nolan o Alfred Hitchcock. Visualmente esta película es una maravilla en la que podríamos detenernos en cada fotograma como si fuese una viñeta perfecta donde todo brilla: la fotografía del francés Bruno Delbonnel -el tipo que fotografió Amélie (2001)-, el diseño de producción de Adam Stockhausen -colaborador habitual de Anderson-, los decorados de Anna Pinnock, el vestuario de Milena Canonero -que ha ganado cuatro premios Óscar y empezó su carrera con Kubrick-, y sin olvidar la música de Alexandre Desplat, que imprime el tono perfecto. La nueva película de Wes Anderson, claro, se parece a las anteriores, pero sus imágenes son extraordinarias, y si decimos que no merecen ser vistas en una pantalla de cine, yo ya no sé qué significa entonces la experiencia de acudir a una sala. Puedo entender que un crítico -o incluso un supuesto fan- que haya visto las últimas obras del director sienta cierta fatiga, pero me parece que sentenciar que el director ha llegado a un callejón sin salida es, como poco, un juicio demasiado audaz. Todo lo contrario, La trama fenicia puede ser un film menor, pero en una filmografía de un nivel artístico muy alto y precisamente por eso resulta ligero y delicioso. Una película estupenda que, quizás, con el tiempo, sea valorada como merece.
SEPARACIÓN -TEMPORADA DOS- CONCILIACIÓN IMPOSIBLE
Un hombre de traje corriendo por un pasillo blanco infinito es la primera imagen de la segunda temporada de la serie Separación (2022-2025), en un episodio dirigido por Ben Stiller. Ese hombre que corre es el protagonista de esta ficción distópica creada por Dan Erickson. Se llama Mark Scout (Adam Scott), un personaje que aspira a representar al hombre común aplastado por la falta de sentido de la vida, desorientado por el absurdo existencial, enfrentado a la alienación laboral y a una burocracia kafkiana. Un cruce entre el protagonista Con la muerte en los talones (1959) de Alfred Hitchcock, y el de El proceso (1962) de Orson Welles, dos películas clásicas que, sin embargo, se acercaban a la abstracción como se acerca esta serie en muchos momentos. Ese pobre oficinista que aspira a liberarse de una rutina laboral semejante al castigo de Sísifo, mientras se pregunta qué sentido tiene su existencia fuera del trabajo, recoge perfectamente la angustia del ser humano, al menos en Occidente -y antes de la llegada de Donald Trump al poder-. Son temas relevantes y ambiciosos que no impiden que una de las cosas que más me gusta de la serie es cómo crea vínculos afectivos entre los personajes encadenados a ese surrealista espacio laboral, unidos por la solidaridad de tener que sobrevivir cada día a una labor que no les satisface y cuyo fin último no entienden. Recordemos el planteamiento de esta ficción: los trabajadores de una empresa han aceptado someterse a la separación quirúrgica de sus recuerdos por lo que tienen dos vidas, una dentro y otra fuera del trabajo. Esto genera un conflicto imposible que convierte a cada personaje en enemigo de sí mismo. La humanidad de los innies -los que trabajan dentro de la empresa- contrasta con la realidad deprimente de sus contrapartidas en el exterior, los outies, que parecen tener muchas cosas que ocultar. Si el primer episodio se centra en lo que ocurre dentro de Lumun, el segundo marca la diferencia entre innies y outies de una forma precisa y visual, presentándonos a los personajes en su vida exterior en una mayoría de escenas nocturnas, con planos oscuros, que parecen cuadros de Edward Hopper, acentuando la soledad de todos ellos. La segunda temporada de Separación se aparta un poco de la distopía laboral para darle protagonismo a los misterios del argumento, a lo que esconde cada personaje y sobre todo, a la opaca empresa de Lumon, un poco en la línea de series que siguen la estela de Perdidos (2004). Momentos como el descubrimiento del hombre-cabra o las diferentes salas por las que tiene pasar el personaje interpretado por Dichen Lachman, suponen engimas pensados para enganchar al espectador y convierten el argumento en un laberinto. Pero la serie no renuncia a los temas profundos que he señalado ya, aunque pase por ellos de forma superficial: la reflexión sobre la identidad personal y su relación con el entorno y la memoria. En una relación sentimental larga ¿Es posible que nos convirtamos en otra persona y perdamos de vista nuestra verdadera esencia? ¿Es posible enamorarse de dos personas diferentes al mismo tiempo? En sus mejores momentos, Separación plantea estos problemas de forma evocadora e incluso poética. Y a pesar de que su argumento es intrincado y no precisamente original, la serie brilla por su puesta en escena, su fotografía, el diseño de producción y la música, por no hablar del estupendo reparto de estupendos actores. Una de las mejores ficciones televisivas del año.
UNA QUINTA PORTUGUESA -VOLVER A EMPEZAR
Escapar de la vida que tenemos puede ser el sueño compartido de la gran mayoría. No estoy hablando de esos que mantienen la inocente ilusión de ganar la lotería o de montar un chiringuito en la playa, sino del deseo más profundo y complejo de romper con la realidad que nos rodea, de cambiar completamente de escenario y de personajes de reparto, de cambiar, incluso, de nombre. La mayoría de nosotros se consuela gracias a la ficción, en la que encontramos, como dice Garci, una "vida de repuesto". Si pensamos en el concepto del absurdo de Albert Camus, ese que le roba el sentido a la vida, que obliga a crear una moral propia y que equipara todos los actos como igual de inútiles, podríamos decidir también tener varias vidas, reinventarnos, ser actores siempre en busca de un nuevo escenario. Creo que ese es el sentido más profundo de películas recientes como Perfect Days (2023) en la que Wim Wenders celebra el mito de Sísifo con un personaje que se reinventa en una sencilla rutina; o también de la inquietante serie Severance (2022), donde la ciencia ficción nos permite soñar con volver a casa dejando atrás las frustraciones de la jornada laboral. Sobre esto también habla la directora Avelina Prat en una película preciosa, Una quinta portuguesa (2025), en la que se apoya en un magnífico Manolo Solo para contar la historia de un hombre, Fernando, que tras una pérdida insoportable, se deja llevar por acontecimientos casuales para comenzar una vida completamente diferente en otro país -Portugal-, con otro trabajo, con un nombre que no es el suyo. Con un ritmo contemplativo y creo que placentero, Prat nos lleva tranquilamente de la mano para que vayamos descubriendo lo que le pasa a Fernando, en una trama que mantiene el interés gracias a pequeños enigmas que se van resolviendo poco a poco y a giros sorprendentes. La directora y guionista concibe personajes entrañables, que Fernando se va encontrando por el camino, interpretados por Xavi Mira, una deslumbrante María de Medeiros o Branka Katic. Todos son personajes de esos que cambian la vida. Avelina Prat sigue desarrollando el estilo de su ópera prima, Vasil (2022), y se confirma como una autora capaz de fabricar mundos, muy parecidos al nuestro, pero habitados por personajes que dicen frases literarias, a los que nos gustaría conocer y a los que les pasan cosas como sacadas de un cuento. Una creadora de mundos en los que nos gustaría vivir, en la línea de maestros como Éric Rohmer, Aki Kaurismäki o Hong Sang-soo. Una quinta portuguesa es una celebración del placer de contar historias, de la sencillez de la vida, de la belleza de los paisajes -la fotografía es de Santiago Racaj-, de los mapas en papel y de la musicalidad del idioma portugués; del encuentro entre personas diferentes y de la necesidad de cambiar de vida, de reiventarse para buscar la felicidad propia y de hacer felices, también, a los demás.
LA BUENA LETRA -MUJERES QUE CUIDAN
Dice la directora Celia Rico Clavellino que su intención en La buena letra (2025) es convertir la voz literaria de Rafael Chirbes en mirada cinematográfica. Y vaya si lo ha conseguido. La novela original del escritor valenciano está contada en esta magnífica película a través de silencios, de gestos, y de miradas que sustituyen a los diálogos y a una posible voz en off que habría sido un recurso más que válido, pero quizás obvio, para narrar la historia de una familia en los años posteriores a la Guerra Civil. Y lo que le pasa a Ana (Laura Monleón) y su marido Tomás (Roger Casamajor), a su hija (Sofía Puerta) y a su suegra (Teresa Lozano), a su cuñado Antonio (Enric Auquer) y a Isabel (Ana Rujas), lo cuenta Clavellino convirtiendo la sutileza en una máxima de estilo. La buena letra es una película muy pensada que convierte en metáfora de lo que se narra el que una niña utilice la mano derecha en lugar de la izquierda a petición de su madre. Una exigencia que resume una forma de entender la vida y que funciona como metáfora de una época de imposiciones y de agachar la cabeza. Ana es el centro de todo, una mujer que se encarga de todo, que cuida de todos y que siempre se deja a sí misma en último lugar. Una mujer que ya encontramos en la filmografía anterior de Clavellino, que por primera vez parte de material ajerno, pero se lleva el texto de Chirbes a su terreno, como si quisiera indagar en las razones históricas de por qué las mujeres de Viaje al cuarto de una madre (2018) y Los pequeños amores (2024) -y hasta la Luisa que ya no está en casa de su primer cortometraje- parecen programadas para cuidar de los demás por encima de todo. El guión de la película está lleno de ideas, de ecos que aportan significados -dos cartas; dos trayectos que hace Ana a la carrera; las múltiples veces que la niña usa la mano izquierda- y también de momentos de emoción contenida, pero Clavellino brilla sobre todo en el rigor de su puesta en escena, en el riesgo de no utilizar una banda sonora original y valerse de los sonidos para crear un realismo y una cotidianeidad que sorprenden en un film de época. En La buena letra no puedo evitar ver al Víctor Erice de El sur (1983) referencia que la propia directora niega más allá de la inmensa sombra que el autor proyecta sobre la gran mayoría de los cineastas españoles; pero es imposible no ver en la escena en la que Ana acude al cine imágenes y emociones muy similares a las de El espíritu de la colmena (1973). Lo cierto es que el cine de Clavellino, como el de Erice, es un cine pictórico. La directora buscó referencias junto a su directora de fotografía, Sara Galllego, y se inspiró en la penumbra de Goya, en la luz de Vermeer y en el sol de las playas valencianas de Sorolla, para llevar a la pantalla su cinta más redonda hasta la fecha y una de las mejores de lo que va de año.
LOS PECADORES -CERRADO HASTA EL AMANECER
Qué peliculón es Los Pecadores (2025), una fantástica obra dirigida por Ryan Coogler y protagonizada por su socio habitual, Michael B. Jordan. El director de Creed (2015) y Black Panther (2018) sorprende con una especie de revisión blaxploitation de Abierto hasta el amanecer (1996), mezclando el film de gángsteres de los años 30 con el cine de vampiros ochentero. Para ello, recrea los años de la ley seca en el sur de Estados Unidos, llevándonos a los campos de algodón en los que los afroamericanos vivían una existencia durísima, con el Ku Klux Klan todavía coleando y, sobre todo, en pleno auge del blues, con el mítico guitarrista Robert Johnson como principal referencia. La historia nos presenta a dos hermanos gemelos, Smoke y Stack -ambos interpretados por Jordan- que regresan a su pueblo natal en Missisipi para abandonar su vida criminal en Chicago y montar un local de música. Pero en el reencuentro con amores, seres queridos y amigos del pasado, se toparán con un ser maligno, Remmick (Jack O'Connell). Y es mejor no contar mucho más. El guión de Coogler se toma su tiempo para desarrollar su planteamiento, presentar el escenario histórico y a los personajes, pero todo ese tiempo invertido es una maravilla en cuanto a narrativa, puesta en escena, fotografía -que firma Autumn Durald-, una estupenda banda sonora original de Ludwig Göransson, además de unas interpretaciones perfectas de Miles Caton, Hailee Steinfeld, una imponente Wunmi Mosaku, y Delroy Lindo, entre otros. Todos estos elementos sirven a Coogler para regalarnos una cinta absorbente, endiabladamente entretenida que a pesar de sus referentes claros, resulta fresca y original, sobre todo cuando introduce una idea estupenda, la de la música como forma casi de religión y sobre todo de liberación que conecta a los pueblos de diferentes culturas y épocas. Divertida, intensa y sangrienta, Los Pecadores recupera el blockbuster sólido y bien hecho, que no depende de una marca conocida y que se atreve a crear una historia nueva, y que de paso toca temas como el racismo o la religión, teniendo la osadía de, en un gesto tarantiniano, cambiar la historia, aunque sea de forma anecdótica, con muchísima rabia. Es la película más cool del año.
LA NIÑA DE LA CABRA -CINE FAMILIAR
Lo más importante para que una película funcione en un público infantil no son los efectos especiales, los personajes famosos, el humor, ni un ritmo vertiginoso. En mi experiencia como padre, encuentro que la clave está en que el niño se pueda sentir identificado con lo que ve. Que la historia esté contada desde su punto de vista. Eso es lo que consigue la directora Ana Asensio con La niña de la cabra (2025), su segunda película, una historia rigurosa y sensiblemente narrada desde la perspectiva de Elena (Alessandra González), una niña de ocho años que mantiene una relación muy estrecha con su abuela (Gloria Muñoz) y que se prepara para hacer la primera comunión. Asensio nos lleva al año 1988, cuando ETA seguía activa y secuestrando; la heroína era un problema social; los padres nos echaban el humo del cigarro a la cara; cuando todo el mundo hacía la comunión sin falta y, sobre todo, cuando los gitanos iban de plaza en plaza con su música y con la cabra. Es la mirada, no demasiado nostálgica, a un mundo que ya no existe y que la directora equipara al territorio de la infancia. La propia Asensio presta su voz a esa niña, para hablar desde el futuro y contarnos su historia, lo que imprime cierta distancia al relato, pero también una cercanía autobiográfica. La pequeña se enfrenta a los conflictos, las dudas y los miedos propios de su edad: el descubrimiento de la muerte, la búsqueda de la amistad y de la identidad propia, la idea de que sus padres -Lorena López y Javier Pereira- puedan llegar a separarse tras darse cuenta de que no se llevan nada bien. Asensio coloca en primer plano las primeras dudas sobre la fe de Elena, que sigue mecánicamente las órdenes del padre Carrillo (Enrique Villén), sin entender muy bien por qué. Es una niña algo rebelde que encontrará una vía de escape para sus frustraciones al conocer a una niña de etnia gitana, Serezade (Juncal Fernández), con la que vivirá una aventura que le cambiará la vida. Todo esto lo cuenta Asensio desde la mirada curiosa de esa niña y con ternura y sensibilidad, en una película preciosa, que juega con el formato cuando el mundo de la pequeña se ensancha y que tiene un tratamiento muy interesante de la imagen para introducir elementos fantásticos -y hasta terroríficos en algunos momentos- que aportan la magia de un cuento de la vida real. Ana Asensio se confirma como una mirada muy interesante en el panorama del cine español con una película apta para un público familiar pero muy diferente por su propuesta, su ritmo, su sensibilidad. Yo la he podido ver con mi hijo de 8 años y os puedo asegura que, cuando un niño sale haciendo tantas preguntas sobre lo que ha visto, es que la historia ha conectado con él.
MUY LEJOS -SACRIFICIO
La pregunta que flota todo el tiempo sobre la estupenda Muy lejos (2025) es qué motivos esconde el protagonista, Sergio -un muy sólido Mario Casas-, para someterse a algo muy parecido al auto exilio. ¿Por qué decide escapar de su realidad en España para vivir como un ciudadano de segunda en Países Bajos?. Los primeros compases de la película nos muestran lo peor de la masculinidad tóxica en un grupo de hinchas de un equipo de fútbol, El Espanyol, que han viajado para ver un encuentro de su equipo en una competición europea. La historia comienza cuando Sergio decide quedarse en Utrecht, viendo partir a sus amigos y a su hermano (Raúl Prieto). El director y guionista Gerard Oms debuta en este película contando muy bien lo significa ser un inmigrante: el trabajo precario, la discriminación, la incomunicación por no conocer el idioma, la vulnerabilidad ante los abusos e, incluso, el depender de la solidaridad, pero, sobre todo, la inmensa soledad de verse completamente desconectado de todo. La cámara sigue los pasos de Sergio de forma rigurosa, en un film que apuesta por el realismo social para mostrarnos a este callado personaje luchando contra todas las adversidades y entrando en contacto con nuevas personas que le ayudan o le rechazan -interpretados por Ilyass El Ouahdani, David Verdaguer, Nausicaa Bonín, y varios más-. Como he dicho, es el retrato perfecto de lo que sufre un inmigrante, si no fuera porque Sergio ha decidido vivir así voluntariamente. El protagonista parece encontrar cierta paz al reducir su vida a un estado de pura supervivencia, es un hombre que huye de algo, que, lógicamente, acaba siendo él mismo. Sergio es un extranjero de sí mismo, y el guión de Oms va dando pequeñas vistas sobre lo que ha reprimido, que se traduce en rabia, en miedo y, de nuevo, en esa tremenda soledad. Oms debuta con una película muy sólida, irreprochable y que consigue emocionar genuinamente en su desenlace, sin caer en sentimentalismos y apoyándose siempre en la perfecta interpretación de su actor principal. No en balde, Oms fue el coach personal de Casas y esa experiencia, esa confianza, se traduce en una interpretación memorable.
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