HERMOSA JUVENTUD (JAIME ROSALES, 2014)




En Hermosa juventud, Jaime Rosales se enfrenta a la -para mí- complicada tarea de radiografiar una realidad de sobra conocida por todos, la de una generación perdida por culpa de la crisis que todavía atraviesa España. Jóvenes de clase obrera nacidos en un estado de bienestar -tienen garantizada la salud pública y ciertas ayudas, es decir, no morirán de hambre- pero sin futuro. Estos jóvenes no tienen educación, ni vocación, ni ninguna aspiración. Les gusta el fútbol, el botellón, fumar porros y viven pegados a las redes sociales. Rosales no huye de mostrar estas actitudes de sus personajes porque no le tiene miedo a un cliché que, lamentablemente, sabemos que es real.


El director de La Soledad (2007) retrata a estos jóvenes en sus conversaciones y sus opiniones evidencian una desoladora ausencia de pensamiento crítico. Y eso es lo que les condena. Eso los hace vulnerables a los vaivenes de la economía: si no hay trabajo, no tienen ninguna oportunidad. Son como abejas obreras sin un panal. Con la telebasura como único referente cultural, estos chavales tienen sueños imbéciles -como ganar la lotería- y acaban cometiendo errores estúpidos: ella se queda embarazada. Tener un niño en la situación que viven los protagonistas no solo significa un problema existencial por su juventud: también les atrapa definitivamente en la situación económica y social en la que se encuentran. No solo eso: condenan a su hija a perpetuar su situación de clase.


Rosales no busca culpables, ni señala las causas por las que estos jóvenes son incapaces de cambiar su destino, pero sí apunta a unos padres que no son necesariamente los mejores modelos a seguir. La falta de valores de sus protagonistas, sumada a la situación desesperada que viven, acaba convirtiéndoles en animales con un solo propósito: sobrevivir. Y en nuestra sociedad, para sobrevivir se necesita dinero. Carlos (Carlos Rodríguez) es un joven de buen corazón, pero ignorante. Con tal de conseguir dinero será capaz de cualquier cosa: de vender su intimidad y de recurrir a la peor violencia. Natalia -interpretada por una convincente Ingrid García Jonsson- seguirá el ejemplo de una madre luchadora, pero curtida por llevar demasiados años en la batalla eterna por llegar a fin de mes. Natalia toma una decisión muy dura que, lamentablemente, tiene un precio muy alto: ha de perder un poco de eso que llamamos "humanidad".

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