LAND OF MINE (MARTIN ZANDVLIET, 2015)


Land of Mine, la película que representó a Dinamarca en los Oscar este año, se apoya enteramente en la posibilidad de que una mina explote en cualquier momento durante el proceso de su desactivación. La tensión es tremenda. En esto recuerda a En tierra hostil (2008) en la que Kathryn Bigelow planificaba modélicas set pieces que llegaban a provocar la crispación en el espectador, que asistía a la neutralización de artefactos explosivos por el artificiero protagonista encarnado por Jeremy Renner. Aquí vemos también repetidos procesos de desarme, pero los soldados alemanes protagonistas, obligados por el ejército danés, se enfrentan a miles de minas enterradas bajo la arena de la costa de Dinamarca por su propio ejército. Por pura estadística, tienen pocas posibilidades de sobrevivir y eso aporta al film un tono fatalista que convierte las playas que sirven de escenario a la historia en una suerte de purgatorio. Esta tensión constante es la mayor fortaleza de la película, que se desarrolla sin concesiones y nos muestra con crudeza el horror de una guerra acabada. Pero el odio sobrevive. El mensaje es muy potente: nos muestran a los vencedores -los aliados- y a los liberados -los daneses- convertidos en verdugos de los derrotados -los alemanes-. La máscara de la crueldad y del odio irracional contra el otro, así, pasa de los malvados a los "buenos", sedientos de venganza. El problema es que el enemigo por el que se siente rencor, adquiere aquí el rostro de niños. Al final de la contienda histórica, los únicos que quedaban para luchar en el frente eran los adolescentes y son estos los que protagonizan la película: chavales alemanes que no saben de política ni de ideologías, que cuando caen horriblemente mutilados llaman a sus madres, y que solo quieren volver a casa. El dolor de estos niños es blanco como la arena que oculta las minas. Donde lamentablemente no alcanza este film todo su potencial, es en la evolución de sus personajes. El guión prefiere un retrato coral de los jóvenes protagonistas -apenas permite que destaque uno de ellos, Sebastian, encarnado por Louis Hofmann- y el arco del personaje principal, el sargento Carl Rasmussen -espléndido Roland Moller- no es riguroso en su evolución: da algunos saltos demasiado bruscos -aunque humanos- y cae en contradicciones -más humanas aún-.

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