Tras la buena acogida de Barbarian (2022), Zach Cregger encuentra el éxito con Weapons (2024), estupenda película de terror que parte de una premisa irresistible y muy bien planteada en su campaña de marketing: 17 niños, todos de la misma clase, salen de sus casas a las 2:17 de la madrugada para desaparecer sin dejar rastro. Este misterio es el motor argumental de una película inteligente y sobre todo, entretenida, que resulta muy atrevida en su mezcla de retrato de personajes, sustos, toques de comedia negra y violencia extrema, para acabar contando un relato de terror clásico. Cregger se apoya sobre todo en un reparto solvente compuesto por Julia Garner, Josh Brolin, Benedict Wong, Alden Ehreinreich y Amy Madigan para crear una historia cuyos giros y sorpresas no conviene conocer antes del visionado. Y esto es importante, porque toda la gracia de Weapons está en el enigma central del relato. En una jugada muy inteligente, Cregger propone al espectador de 2025 una película que parece una serie de televisión: la historia se divide en capítulos, cada uno desde el punto de vista de un personaje -una profesora, un padre, un policía, un joven sin techo, el director del colegio, etc.-. Este cambio casi constante de perspectiva, permite mantener la atención del espectador cuyo interés se potencia gracias a un guión que coloca un cliffhanger al final de cada segmento. Mientras el misterio de fondo se mantiene, el relato no pierde su interés. Pensemos en series como Perdidos (2004-2010) o su magistral precedente, Twin Peaks (1990-1991), que se valían de la misma estrategia -la caja misteriosa de J.J. Abrams- para no perder audiencia. El gran problema de Weapons es que cuando comienza a enseñar sus cartas, el interés se desploma y el espectador más avezado será capaz de ir siempre un paso por delante, hasta una resolución que se esmera demasiado en explicar el misterio y en no dejar ningún cabo suelto. Poco queda a la imaginación del espectador, y quizás esa sea, precisamente, la clave del éxito. Aún así, la película de Cregger es estupenda y conecta temáticamente con el terror reciente de Devuélvemela (2025) o Longlegs (2024), pero con la voluntad de llegar a un público más amplio. Tras resolver el enigma, eso sí, Cregger recupera el pulso y acierta con un final estimulante, sangriento y divertido que deja buen sabor de boca.
WEAPONS -QUE NO TE LA CUENTEN
Tras la buena acogida de Barbarian (2022), Zach Cregger encuentra el éxito con Weapons (2024), estupenda película de terror que parte de una premisa irresistible y muy bien planteada en su campaña de marketing: 17 niños, todos de la misma clase, salen de sus casas a las 2:17 de la madrugada para desaparecer sin dejar rastro. Este misterio es el motor argumental de una película inteligente y sobre todo, entretenida, que resulta muy atrevida en su mezcla de retrato de personajes, sustos, toques de comedia negra y violencia extrema, para acabar contando un relato de terror clásico. Cregger se apoya sobre todo en un reparto solvente compuesto por Julia Garner, Josh Brolin, Benedict Wong, Alden Ehreinreich y Amy Madigan para crear una historia cuyos giros y sorpresas no conviene conocer antes del visionado. Y esto es importante, porque toda la gracia de Weapons está en el enigma central del relato. En una jugada muy inteligente, Cregger propone al espectador de 2025 una película que parece una serie de televisión: la historia se divide en capítulos, cada uno desde el punto de vista de un personaje -una profesora, un padre, un policía, un joven sin techo, el director del colegio, etc.-. Este cambio casi constante de perspectiva, permite mantener la atención del espectador cuyo interés se potencia gracias a un guión que coloca un cliffhanger al final de cada segmento. Mientras el misterio de fondo se mantiene, el relato no pierde su interés. Pensemos en series como Perdidos (2004-2010) o su magistral precedente, Twin Peaks (1990-1991), que se valían de la misma estrategia -la caja misteriosa de J.J. Abrams- para no perder audiencia. El gran problema de Weapons es que cuando comienza a enseñar sus cartas, el interés se desploma y el espectador más avezado será capaz de ir siempre un paso por delante, hasta una resolución que se esmera demasiado en explicar el misterio y en no dejar ningún cabo suelto. Poco queda a la imaginación del espectador, y quizás esa sea, precisamente, la clave del éxito. Aún así, la película de Cregger es estupenda y conecta temáticamente con el terror reciente de Devuélvemela (2025) o Longlegs (2024), pero con la voluntad de llegar a un público más amplio. Tras resolver el enigma, eso sí, Cregger recupera el pulso y acierta con un final estimulante, sangriento y divertido que deja buen sabor de boca.
KARATE KID: LEGENDS -UNA NUEVA GENERACIÓN
Karate Kid (1984) es un clásico generacional que cuenta con múltiples secuelas, remakes y una serie televisiva, Cobra Kai, que han ido expandiendo la idea original. Karate Kid: Legends (2025) vuelve a los inicios pero al mismo tiempo recoge todos los flecos de las entregas anteriores. Una recuela en toda regla que presenta a un nuevo personaje, Li Fong (Ben Wang), un joven chino que viaja con su madre (Ming-Na Wen) a Nueva York y comienza una nueva vida en la que pronto aparecen problemas que le obligarán a someterse a un duro entrenamiento de artes marciales. La historia repite entonces el esquema primigenio de la película de 1984, pero con variaciones: Li Fong ya tiene conocimientos de kung fu y ha sido entrenado nada menos que por el señor Han (Jackie Chan) de The Karate Kid (2010). En sus primeros compases, la película recrea, es cierto, lo ya visto, pero aún así consigue conectar con el espectador gracias a una historia sencilla con elementos cotidianos que permiten la identificación gracias al carisma de los actores. Li Fong conoce a una chica, Mia (Sadie Stanley) y a su padre, Victor Lipani (Joshua Jackson) lo que desvía la trama principal de Li Fong para centrarse en los intentos de este último en volver al ring de boxeo. Una desviación que funciona porque, en el fondo, Karate Kid: Legends se trata de mezclar elementos argumentales muy disfrutables de películas muy conocidas: además de la base de la historia original ya mencionada, nos acordamos de Rocky (1976) -no por nada, dirigida por John G. Avildsen, que se encargó también de la trilogía de Karate Kid- y la presencia de Jackie Chan -y las subtramas de venganza- nos llevan al cine de artes marciales de Hong Kong y sus templos shaolines. Todo eso con un apartado visual y un uso de la música derivado de la cinta animada Spider-Man: Un nuevo universo (2018), que preparan el terreno para la reaparición de Ralph Macchio como Daniel Larusso, convertido ahora en el nuevo señor Miyagi (Pat Morita). La mezcla de coming of age adolescente, nostalgia ochentera y artes marciales es un éxito y la película funciona de maravilla aunque su tramo final resulte alo atropellado, rebajando la intensidad emocional de los combates decisivos -que, por cierto, tienen la estética de los videojuegos y de paso, promocionan el Tekken-. Aún así, vuestros hijos saldrán del cine dando patadas al aire como lo hicimos nosotros en 1984.
EN LA CORRIENTE -SEGUNDAS OPORTUNIDADES
DEVUÉLVEMELA (2025)
EIGHT POSTCARDS FROM UTOPIA -EL ANTIZAPPING
Eight Postcards from Utopia (2025) es un documental realizado por el director rumano Radu Jude y el filósofo Christian Ferencz-Flatz, este último dedicado a una investigación sobre la publicidad postsocialista. Precisamente, estamos ante una película de montaje: 71 minutos de anuncios televisivos, ordenados en ocho bloques temáticos diferentes sobre el dinero, los roles de género, las etapas de la vida y hasta la magia. ¿Qué conclusiones se pueden sacar de la publicidad de la televisión generalista de un país? Lo primero es que el conjunto del film es una especia de tortura: si el zapping consiste, precisamente, en cambiar de canal para evitar los consejos comerciales, estamos ante lo contrario. Los anuncios se suceden uno detrás de otro dando la sensación de que no hay escapatoria. La acumulación nos atrapa en una especie de realidad alternativa de promesas falsas, felicidad impostada, gente guapa y soluciones a problemas que no existen. El tono más presente es el humor, pero hay que decir que los anuncios que vemos no parecen ser precisamente obras de arte ni ejemplos del mejor ingenio y los valores de producción de la industria publicitaria. Son más bien producciones modestas, de un humor simple y mensajes tan directos que resultan groseros, de producción pobre que al ser antiguos resultan desfasados. Hay mucho humor involuntario y un catálogos de valores, claro, capitalistas y consumistas, pero también machistas y patrioteros, como esos primeros anuncios que hablen la película, de corte histórico que apelan a un pasado glorioso en tiempos del imperio romano o de la Rumanía medieval. Eight Postcards from Utopia es una propuesta diferente, radical, de espíritu crítico, que exige al espectador que saque sus propias conclusiones sobre lo que se le presenta en pantalla. Y sin poder cambiar de canal.
A LA DERIVA -EL RÍO DE LA HISTORIA
¿Qué es el cine? Nos lo podíamos preguntar al entrar, o al salir de la sala, tras ver una película como A la deriva (2025) del prestigioso director chino Jia Zhang-ke. Si lo que esperamos es una narración convencional, con un planteamiento-nudo-desenlace, quedaremos decepcionados. La película es, sin duda, enigmática. Está compuesta de imágenes que no tienen un hilo conductor claro. Algunas parecen imágenes de un vídeo casero: un grupo de mujeres, que no conocemos, ni sabemos dónde se encuentran, aparecen cantando, entre risas y vergüenza. La primera conclusión que podemos sacar entonces es que estamos ante algo parecido a un documental, aunque seguimos sin encontrar un tema: no hay textos explicativos, ni una narración verbal. Pero también hay escenas claramente dramatizadas, entre personajes también desconocidos, que aparecen en el metraje sin avisar. Segunda conclusión, estamos ante una mezcla de documental y ficción. Lo siguiente es estudiar las imágenes ¿Qué revelan? El formato va cambiando, así como la nitidez de las imágenes, de una forma que parece caprichosa, por lo que podemos decir que estamos ante un material recopilado. Luego están las señales cronológicas que nos da la propia película, como la celebración de la llegada del siglo XXI: comenzamos en el año 2000 y al llegar al final estaremos cerca del presente, tras haber pasado por la pandemia. Efectivamente, Jia Zhang-ke utiliza imágenes grabadas durante 22 años, de forma personal o de sus películas anteriores. Así, los actores que aparecen, principalmente Zhao Tao y Li Zhubin, envejecen ante nuestros ojos. Si prestamos mucha atención, una pequeña historia se desarrolla entre estos personajes, Qiao Qiao y Bin, un hombre y una mujer que mantienen una relación sentimental, pero también laboral, a los que vemos en una serie de encuentros, desencuentros y reencuentros a través de los años. Ella parece ganarse la vida como modelo y bailarina en fiestas, al menos cuando es joven. Él es una especie de empresario que acaba metido en negocios sucios. Rellenando los agujeros de esta historia más bien escueta, Jia Zhang-ke despliega ante nuestros ojos una serie de imágenes que no son otra cosa que la historia reciente de China: un viejo cuadro de Mao, unas casas que son demolidas y otras que son levantadas, las mascarillas del covid, la modernización de los móviles, la llegada de los influencers y hasta de los robots. La historia de un país ante nuestros ojos -en esto la película conecta con un film contemporáneo, Black Dog (2025)- y dos personajes cuyas vidas transcurren a la deriva del río de la historia.
LOS VECINOS -UN MUNDO DIVIDIDO
LOS CUATRO FANTÁSTICOS: PRIMEROS PASOS -LA PRIMERA FAMILIA
Parece cosa del destino que los Cuatro Fantásticos vuelvan a las pantallas de cine para inaugurar una nueva etapa en el Universo Marvel Cinematográfico, ya que con este cuarteto creado por Jack Kirby y Stan Lee se inauguró en 1961 la era Marvel en los cómics. Estos fueron los primeros superhéroes de la editorial -si no contamos con el precedente del Capitán América, Namor y la Antorcha Humana original de los años 40- que rompían el molde con respecto a los populares Superman y Batman. Reed Richards, Sue Storm, Johnny Storm y Ben Grimm no tenían identidad secreta, no llevaban máscara y parecían personas corrientes, con defectos y temperamentos que los hacían pelearse entre ellos. Como una familia. Sus aventuras eran viajes de descubrimiento de ciencia ficción en las que exploraban mundos fantásticos, dimensiones extrañas y se enfrentaban a mostruos gigantes y amenazas colosales. La serie, a pesar de su inocencia a los ojos actuales, es una lectura fascinante gracias al desbordante talento de Kirby y a la constante invención de conceptos y personajes en un universo de ficción en constante expansión. En el cine no hemos tenido tanta suerte. Obviando la barata versión nunca estrenada de la productora de Roger Corman de 1994, las versiones de 2005 y 2007 no fueron satisfactorias y la cinta firmada por Josh Trank en 2015 es un desastre. Por todo ello, Los Cuatro Fantásticos: Primeros pasos (2025) lo tenía muy fácil para ser la mejor película sobre los personajes y así lo ha conseguido, con permiso, claro, de la estupenda Los Increíbles (2004), con la que esta nueva adaptación tiene varios puntos en común. El director Matt Shakman plasma con acierto el espíritu de las primeras aventuras de los personajes, centrándose en las dinámicas entre los miembros de esta familia, encarnados estupendamente por Vanessa Kirby, Pedro Pascal, Joseph Quinn y Ebon Moss-Bachrach. Este reparto de actores logra componer personajes simpáticos, entrañables en los conflictos provocados por sus extraños superpoderes, que aparecen apuntados someramente dentro del marco argumental de la historia más grande jamás contada en Los Cuatro Fantásticos: la llegada de Galactus (Ralph Ineson), guiado por su heraldo, Silver Surfer (Julia Garner). El guión firmado a cuatro manos aspira a contar muchas cosas: elude narrar de nuevo el origen de los personajes, resumiendo sus primeras aventuras para centrarse en nuevos conflictos y en la llegada del mencionado villano. Y haciendo malabares la película consigue equilibrar el desarrollo de los personajes, los momentos emotivos, el humor, la acción superheróica y la aventura espacial con bastante acierto. En menos de dos horas se consigue transmitir la sensación de apocalipsis inevitable que debe imprimir un personaje como Galactus, trasunto de la misma muerte, metáfora del fin inevitable de todas las cosas. Con referencias simpáticas a clásicos como 2001: Una odisea del espacio (1968), Star Wars (1977) y la saga de Star Trek, la película esquiva también los peajes de toda entrega de Marvel Studios al proponer una historia fresca, con la excusa de una dimensión alternativa, que no está mirando todo el tiempo a futuras entregas -a pesar de la presencia de las inevitables escenas postcréditos a modo de cliffhanger-. Aunque los efectos especiales -de la Cosa y la Antorcha Humana- no acaban de convencerme, hay que alabar el brillante diseño de producción y vestuario, una estética retro-futurista que está llena de detalles vintage, a lo que hay que sumar un planteamiento estético que parece inspirado en el hiperrealismo de la serie limitada Marvels (1994) creada por el guionista Kurt Busiek e ilustrada por Alex Ross. Mencionemos también la estupenda música de Michael Giacchino -que también compuso la banda sonora de Los increíbles-. Los Cuatro Fantásticos: Primeros pasos es un film sólido, excelente en su mezcla de lo íntimo y lo cósmico, con algunas ideas estupendas -la ecografía de la Mujer Invisible- que captura bien la esencia de los inmortales personajes creados por Lee y Kirby.
SUPERESTAR -LA PARADA DE LOS MONSTRUOS
Era completamente imposible anticipar lo que iba a hacer Nacho Vigalondo en Superestar (2025), la serie producida para Netflix que ha hecho de la sorpresa su principal seña de identidad. Vigalondo siempre me ha parecido un autor tremendamente inteligente, de propuestas brillantes en cada uno de sus cortos y largometrajes, pero quizás nunca antes había conseguido emocionar como lo hace en Superestar. El argumento de la serie nos sitúa a principios del siglo XXI, cuando se instauraba en la telebasura española la cruel costumbre de reírse en público de seres desesperados, más de uno con problemas de salud mental, ávidos de reconocimiento y fama. Eran persona(jes) de usar y tirar, pero con Tamara y su grupo de seguidores -luego enemigos- formado por Leonardo Dantés, Arlequín, Loly Álvarez, Paco Porras y Tony Genil la cosa se salió de control. Lo que comenzó como el despiadado aprovechamiento televisivo de unos juguetes que ya estaban rotos antes de salir en la tele, acabó siendo real por un instante. Seguramente durante esos 15 minutos de fama que se le adjudican a Andy Warhol, Tamara fue un verdadero fenómeno: ya no solo nos reíamos de ella, sino con ella y, además, cantamos y bailamos con ella. Por un momento, y a pesar de todo, estos personajes pudieron cumplir su sueño de fama: algunos de ellos tenían aspiraciones artísticas reales, malogradas por la falta de talento y sobre todo, por la falta de escrúpulos. Con este material, Vigalondo se podría haber limitado a crear un biopic al uso, recreando los momentos más emblemáticos -los que se vieron en televisión en su momento- enmarcados en un contexto dramático de docuficción. En lugar de eso, el director cántabro decide aportar una visión artística para crear una fantasía muy estimulante y sorprendente que bebe de la fuentes más diversas: de David Lynch -sobre todo-, de Stanley Kubrick, de Valle Inclán, del cine de terror y del found footage, de las leyendas urbanas, del humor chanante -Vigalondo dirigió varios sketches del mítico programa-, y hasta de los universos y realidades paralelas, tema ya presente en su propia obra como director, con referencias a Phillip K. Dick y su exploración constante de la naturaleza de la realidad. Con esta visión de la historia, parece que Vigalondo ha gozado de una libertad total para afrontar la serie, apoyado por la producción de los Javis, cuyas constantes como autores también están presentes: la emotividad, el uso de temas musicales generacionales, la nostalgia por épocas pasadas de la televisión, por el mundo del corazón y los famosos españoles.
Que pueda ser la obra más personal de Nacho Vigalondo parece evidente cuando presenta personalmente cada capítulo como si fuese un nuevo Chicho Ibáñez Serrador. Se reserva además el encarnar una versión de Javier Sardá, cuyo programa, Crónicas Marcianas, fue el principal escaparate del tamarismo y de su cohorte de freaks. En cada episodio, la historia se centra en un personaje diferente y en su perspectiva sobre unos mismos hechos, el ascenso a la fama de Tamara/Yurena/Ámbar: la primera es Margarita Seisdedos, cuyo protagonismo se aprovecha para presentar el origen y la infancia de la cantante, para seguir luego con capítulos dedicados a los otros miembros del 'culebrón' hasta culminar con el dedicado a la propia Tamara. En cada uno de estos capítulos se nos sorprende con un planteamiento inesperado, capaz de servirse del expresionismo alemán filtrado por Lynch para hablarnos de la madre de Tamara; de desdoblar a Leonardo Dantés en un doctor Jekyll y Mister Hyde; de hacer de Arlequín una suerte de Joker terrorífico; de introducir a Paco Porras en algo parecido a Eyes Wide Shut (1999). Vigalondo utiliza en cada capítulo y casi en cada secuencia recursos cinematográficos que nos llevan del realismo costumbrista a los efectos digitales, las texturas del vídeo y del tubo catódico, además de animaciones, ralentizados, repeticiones de escenas y elementos surrealistas que hacen que el visionado sea todo menos pasivo. Hay que hablar también del logro que supone haber conseguido que alguno de los actores más solventes y conocidos del cine español se hayan prestado para interpretar a estos personajes de la telebasura: hay que mencionar especialmente a Ingrid García-Jonsson, que alcanza cimas de emoción altísimas en el retrato de la mujer que hay detrás del personaje televisivo que es Tamara; y me parece fantástico Secun de la Rosa como Leonardo Dantés, que sin caer en la imitación construye el personaje más entrañable y complejo del conjunto. Pero también están Julián Villagrán, Pepón Nieto y Natalia de Molina, actores que verdaderamente desaparecen detrás de sus caracterizaciones -completan el reparto un estupendo Carlos Areces y Rocío Ibáñez, por no hablar de los muchísimos cameos-. Todos cumplen un rol en una ficción que reivindica a estos frikis de la tele, sin ocultar sus defectos y facetas más oscuras y sórdidas, asumiendo sus errores pero también normalizando elementos que en su momento se ocultaban, como la homosexualidad o la ideología y, sobre todo, dando un buen tirón de orejas a los medios. Vigalondo consigue en Superestar su obra más emotiva y, sobre todo, más humanista, en la que es la serie del año.
VOY A PASÁRMELO MEJOR -AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS
Voy a pasármelo mejor (2025) continúa las aventuras vitales de los Pitus, los niños protagonistas de Voy a pasármelo bien (2022), ahora adolescentes. Una secuela muy esperada que evita, eso sí, el rigor argumental entre una película y otra para sacarse de la manga un episodio intermedio entre el amor infantil de David (Izan Fernández) y Layla (Renata Hermida Richards) y el que tendrán de adultos -encarnados por Raúl Arévalo y Karla Souza-. La idea es convertir esta secuela en una película de campamentos, subgénero de la comedia juvenil estadounidense que sirve aquí de marco para presentar a nuevos personajes. Los números musicales se reducen al mínimo y desaparece el referente de los Hombres G de la primera cinta, para optar por canciones originales que apelan directamente a la historia que nos cuentan, a las que hay que sumar conocidos temas pop de los años 90. La película se convierte así en una comedia juvenil, un coming of age en toda regla, que se apoya en el carisma de los personajes -y actores- que ya conocemos -y queremos-. Así, a David lo acompañan de nuevo el verborréico Luis (Rodrigo Gibaja), que sigue soltando frases hechas pasadas de moda y que ahora vive su propia e intensa historia; Paco (Rodrigo Díaz) que sigue descubriendo sus sentimientos y su orientación sexual; y Fernando (Michel Herráiz) que se dedica a sacarse el carné de conducir. Mencionemos también al pesado de Maroto (Javier García) que sirve de alivio cómico, un running gag hecho actor, y el regreso del macarra de Tormo (Diego Montejo). Con nuevos personajes interesantes y humanos a cargo de Alba Planas o Candela Camacho, el guión de David Serrano y Luz Cipriota sorprende por plantear temas complejos como un embarazo no deseado o un primer amor LGTBI, sin perder la inocencia de la primera película ni esos planes imposibles que plantean los protagonistas. La comedia funciona, sobre todo cuando echa una mirada satírica a la España de los 90 y a las canciones de aquella época que hoy pueden parecer un chiste -con todo el cariño, Chimo Bayo, Seguridad Social-; a las dificultades con el inglés o a lo abultados que parecían los precios en pesetas. Detrás de la cámara está Ana de Alva, que se estrena en el largometraje y hace parecer fácil dirigir por primera vez una película en la que hay números musicales y todos los personajes importantes son niños. No solo la película es efectiva dentro de sus pretensiones, sino que logra transmitir emociones, ternura y sobre todo, un entusiasmo vitalista que hay que agredecer. No estamos ante un mero entretenimiento comercial que busca rentabilizar la taquilla familiar, sino ante un producto con alma, que respeta a los espectadores y que consigue alcanzar momentos muy emotivos y hasta memorables: el viaje en coche de los Pitus con la canción Cien Gaviotas de Duncan Dhu es la perfecta y satisfactoria cristalización de todos los conflictos planteados para los protagonistas. Voy a pasármelo mejor es una estupenda fantasía nostálgica para los adultos que los niños y adolescentes van a disfrutar en presente.
LA QUIMERA DEL ORO -LA DIVERTIDA HISTORIA DEL CINE
SUPERMAN -LA VIDA FUTURA
EL ETERNAUTA -EL FIN DEL MUNDO
El Eternauta (1957) es un clásico del cómic, un tebeo argentino de ciencia ficción creado por el guionista Héctor Germán Oesterheld y dibujado por Francisco Solano López en 1957 y reeditado en numerosas ocasiones desde entonces. Dos cosas llaman poderosamente la atención tras su imprescindible lectura. Lo primero, su tono pesimista, desesperanzado. A un grupo de personajes los pilla el fin del mundo en Buenos Aires, jugando a las cartas y todo indica que no hay salvación posible. Esa nieve mortal que aniquila todo lo que toca es solo el principio: el relato se va desarrollando poco a poco y con cada revelación, parece cada vez más difícil que el final del relato sea feliz. Los protagonistas están atrapados y amenazados por fuerzas invencibles, viven atemorizados, ocultándose y huyendo como pueden, mientras buscan una forma de luchar, de resistir. Lo increíble de ese tono oscuro es cómo, un poco a la manera de cómo el cine expresionista alemán se anticipó en los años 20 del pasado siglo al surgimiento del nazismo, Oesterheld, sin saberlo, está describiendo el sentir de los argentinos bajo el peso de la dictadura militar que acabará con la vida del guionista en 1977, casi 20 años después de la publicación de El Eternauta. Lo segundo que llama la atención sobre esta historieta es cómo su esquema, basado en la narración por entregas, esas continúas revelaciones que permitían enganchar al lector, parecen anticiparse también a lo que es hoy una serie de televisión de ciencia ficción, sobre después de Perdidos (2004-2010). En esto último, la serie de televisión creada por el cineasta argentino Bruno Stagnaro -que también dirige cada episodio- sigue a rajatabla las revelaciones del tebeo, descubriendo poco a poco la verdadera naturaleza del escenario apocalíptico de la historia. Sin embargo, ese tono pesimista y opresivo del tebeo no se traslada a la ficción televisiva, quizás, por decisiones creativas. Curiosamente, el cómic apostaba por mantener el relato desde la perspectiva del reducido grupo protagonista, y, en sus primeros compases, la acción se mantiene en el interior de la vivienda en la que los amigos juegan al 'truco'. Eso cuando la historieta como medio permite el despliegue imaginativo al no haber límites de presupuesto: nos podrían haber mostrado el fin del mundo desde una perspectiva global, pero Oesterheld mantiene el relato cercano, cotidiano, a pie de calle. La serie de Netflix, en cambio, abre el espectro, nos muestra diferentes lugares para ver cómo llega el apocalipsis, amplía el reparto de personajes y hace uso del flashback para contarnos cómo eran las cosas antes -un poco al estilo, precisamente, de Perdidos-. Se apuesta, lógicamente, por lo espectacular. Así, en los primeros capítulos, El Eternauta decepciona con respecto al cómic, al no ser capaz de reproducir esa atmósfera opresiva y claustrofóbica. La trama se interesa sobre todo en el miedo al otro, en mostrarnos la desconfianza entre semejantes ante una situación límite, temas ya tratados, por cierto, en otras conocidas ficciones apocalípticas como The Walking Dead (2010). Los personajes se van desarrollando poco a poco y no sin alguna inconsistencia, pero en general el reparto se beneficia de la presencia de un actor tan carismático como Ricardo Darín, que no necesita casi nada para sostener la serie sobre sus hombros y mantenernos interesados. Señalemos hallazgos puntuales, quizás no del todo desarrollados como el apunte de un personaje que siente alivio ante el fin del mundo porque se han saldado sus deudas económicas. Y es que resulta interesante ver el apocalipsis desde un grupo de argentinos, pueblo lamentablemente acostumbrado a sobrevivir a dictaduras, crisis económicas periódicas, guerras perdidas contra el imperio o liderazgos populistas -en el mismo sentido, la inclusión del personaje de una venezolana, no debe ser casualidad-. Curiosamente, esta ficción va de menos a más. Cuando llegan las secuencias de acción y las que implican un despliegue de efectos especiales, todo comienza a funcionar francamente bien, gracias a una efectiva planificación y al montaje. La trama se vuelve más dinámica y avanza rápidamente hasta el final de la primera temporada en la que la historia enseña sus mejores cartas y plantea situaciones de gran alcance. El Eternauta es un tebeo de ciencia ficción clásica pero los creadores de la serie han apostado por la fidelidad, antes que por actualizar la amenaza con nuevos diseños más modernos, una decisión que me encanta y que permite esperar una segunda tanda de episodios, incluso, con ilusión.
BLACK DOG -EL MEJOR AMIGO DEL HOMBRE
JURASSIC WORLD: EL RENACER -AQUÍ VAMOS OTRA VEZ
F1 -ESPECTÁCULO PIROTÉCNICO
Basta ya de pedir disculpas por pasárselo bien en un cine. F1 (2025) es endiabladamente divertida y no hacen falta excusas por lo que no es. La película dirigida por Joseph Konsiski es un vehículo -perdonad el chiste- para Brad Pitt que aquí funciona en pantalla como una estrella de cine, de las de verdad, de las de antes. Pitt es el piloto veterano -veteranísimo- Sonny Hayes que, tras un traumático accidente en su juventud, vuelve a las carreras de máximo nivel por una última oportunidad para redimirse y ser campeón del mundo, para cumplir su gran sueño. Para ello le recluta el jefe de una escudería perdedora, un viejo amigo, Rubén Cevantes (Javier Bardem), que está a punto de perderlo todo. Hayes tendrá que competir con el joven piloto Joshua Pearce (Damson Idris) y ganarse la confianza del equipo, sobre todo de la ingeniera, Kate McKenna (Kerry Condon). El objetivo no es ser campeones de la Fórmula 1, sino ganar, aunque sea, una carrera. Y con esto, Kosinski fabrica una película que funciona como un tiro, pero que no admite escepticismos ni miradas irónicas: entretenimiento marca de la casa productora de Jerry Bruckheimer. Si el término 'americanada' sigue formando parte de tu vocabulario en 2025, esta no es tu película. F1 es una mezcla de Rocky (1976) y Top Gun: Maverick (2022) -dirigida esta última precisamente por Kosinski- en la que te crees al protagonista porque lo interpreta Brad Pitt, que tiene esa presencia en pantalla de las viejas estrellas de antes. Si aceptamos el juego que nos proponen es fácil dejarse llevar por un espectáculo cinematográfico de primer nivel con sus momentos épicos gracias a la música de Hans Zimmer, y un apartado visual increíble -la fotografía es de Claudio Miranda-, sobre todo si vemos esta película en una pantalla IMAX, en la que todo se conjuga para meternos dentro de un coche de carreras a máxima velocidad -el montaje lo firma Stephen Mirrione-. F1 es también, no nos engañemos, el mejor spot publicitario posible para este deporte del motor con multitud de cameos y guiños que seguramente alegraran a los fans. Y aunque la película no aspira a profundizar en los personajes ni en sus conflictos -el guión de Ehren Kruger se centra más bien en la mecánica de las carreras-, el héroe interpretado por Pitt sí que alcanza cierto peso dramático, llegamos a comprometernos emocionalmente con él, con este cowboy crepuscular luchando por mantenerse sobre el caballo en su último rodeo.
28 AÑOS DESPUÉS -BREXIT CANÍBAL
BALLERINA -PELEA COMO UNA CHICA
RIDER -PEDALEA, FIO, PEDALEA
SIRAT -PELÍCULA ACONTECIMIENTO
EL JOCKEY -LA GRAN APUESTA
LA TRAMA FENICIA -¿MÁS DE LO MISMO? SÍ, GRACIAS
La apreciación del arte es una cuestión subjetiva, pero la suma de las subjetividades lleva a un consenso sobre el valor de una determinada obra. En 2025, el consenso -una parte de la crítica y el público- parecen dictar que Wes Anderson se ha petrificado en su propio estilo, que siempre hace la misma película y que ya cansa. Estas afirmaciones podrían formar parte de un sketch de Pantomima Full, ese dúo cómico con buen oído para descontextualizar las frases de 'cuñado' que solemos decir en el día a día, y que nos ridiculiza con fines cómicos. ¿Es La trama fenicia (2025) una cinta aburrida, sin imaginación, en la que el autor de Academia Rushmore (1998) se limita a repetir una fórmula perezosamente? Vamos a verlo. Lo primero que habría que decir es que el cine de autor, a grandes rasgos, es precisamente eso: la obra de un artista con determinadas obsesiones. Los más grandes, desde Éric Rohmer a Woody Allen, pasando por Pedro Almodóvar, se han repetido una y otra vez. Efectivamente, Wes Anderson -y su coguionista, Roman Coppola- nos vuelve hablar aquí de una figura paterna conflictiva, Zsa Zsa Korda (Benicio del Toro), que se ha desentendido de sus hijos pero aprenderá a amarlos, que es una suerte de genio -un emprendedor capaz de crear proyectos mastodónticos y generar grandes fortunas- pero torpe, un tipo que buscando el éxito siempre está al borde del fracaso, un aventurero amenazado constantemente por la muerte, cuya gran virtud es seguir siempre adelante, un héroe romántico en un mundo que ya no es el suyo y que se enfrenta al futuro intentando dejar un legado a sus hijos, en este caso, la hermana Liesl (Mia Threapleton). Korda es un personaje recurrente en la filmografía de Anderson, así como lo es su enfrentamiento con su hija, una chica joven, de convicciones fuertes, muy inteligente, que cuestiona a su padre constantemente. Esta relación es el centro de la trama, y, efectivamente, es muy similar a muchas de las historias que nos ha contado antes el director Los Tenenbaum. Una familia de genios (2001). Pero las peripecias que se nos presentan en La trama fenicia no son necesariamente las mismas que en sus otras películas. Aquí nos movemos dentro de una bande dessinée que recuerda a Hergé y que mezcla la aventura, la acción y el cine de espías. El argumento principal nos muestra a Korda buscando, desesperadamente, inversores para evitar la bancarrota -en lo que parece un comentario sobre el mundo que vivimos, el de Trump, Musk o Zuckerberg- mientras escapa de múltiples asesinos que intentan acabar con él. Paralelamente, Liesl buscará al culpable de la muerte de su madre: el principal sospechoso es su tío Nubar, personaje muy presente por su misma ausencia. Anderson firma así su relato más lineal y más asequible de los últimos años, desechando subtramas y su afinidad por contar historias dentro de las historias. Aquí solo encontramos interrupciones en unos estupendos momentos en blanco y negro expresionista que llevan a Korda nada menos que al Cielo. La religión, el capitalismo y la familia son los temas que subyacen como trasfondo de las peripecias de esta comedia excéntrica. Anderson abandona también los diálogos literarios y aunque sus personajes siguen hablando mucho y muy rápido, sus frases son algo más fáciles de seguir. Y es que uno de los grandes placeres del cine del director nacido en Houston son sus actores y escucharles recitar sus diálogos. Sí, todos son muy conocidos, y es fácil decir que se trata de un reparto de estrellas. Pero también es cierto que Anderson sabe elegir a actores fantásticos con una forma muy particular de hablar, por sus voces, sus acentos o la cadencia con la que se expresan: Michael Cera es su nuevo fichaje, pero también están Richard Ayoade, Mathieu Almaric, genios como Tom Hanks y Jeffrey Wright, o la susurrante Scarlett Johansson. Ahora bien, para que todo esto funcione, hay que conectar necesariamente con el humor de Anderson, algo esquinado, entre lo naive y lo seudointelectual, siempre irónico y autoconsciente, porque estamos, claro, ante una comedia. Por último, si consideramos a Anderson un autor con señas propias es por su estilo visual. En La trama fenicia el estilo pop que el director ha ido desarrollando desde sus inicios en el cine indie con Ladrón que roba a ladrón (1996) se mantiene en la cúspide alcanzada en El Gran Hotel Budapest (2014). Aquí tenemos la oportunidad de ver cómo planifica Anderson la acción trepidante de un accidente aéreo, nada que ver con lo que harían Christopher McQuarrie, Christopher Nolan o Alfred Hitchcock. Visualmente esta película es una maravilla en la que podríamos detenernos en cada fotograma como si fuese una viñeta perfecta donde todo brilla: la fotografía del francés Bruno Delbonnel -el tipo que fotografió Amélie (2001)-, el diseño de producción de Adam Stockhausen -colaborador habitual de Anderson-, los decorados de Anna Pinnock, el vestuario de Milena Canonero -que ha ganado cuatro premios Óscar y empezó su carrera con Kubrick-, y sin olvidar la música de Alexandre Desplat, que imprime el tono perfecto. La nueva película de Wes Anderson, claro, se parece a las anteriores, pero sus imágenes son extraordinarias, y si decimos que no merecen ser vistas en una pantalla de cine, yo ya no sé qué significa entonces la experiencia de acudir a una sala. Puedo entender que un crítico -o incluso un supuesto fan- que haya visto las últimas obras del director sienta cierta fatiga, pero me parece que sentenciar que el director ha llegado a un callejón sin salida es, como poco, un juicio demasiado audaz. Todo lo contrario, La trama fenicia puede ser un film menor, pero en una filmografía de un nivel artístico muy alto y precisamente por eso resulta ligero y delicioso. Una película estupenda que, quizás, con el tiempo, sea valorada como merece.
SEPARACIÓN -TEMPORADA DOS- CONCILIACIÓN IMPOSIBLE
Un hombre de traje corriendo por un pasillo blanco infinito es la primera imagen de la segunda temporada de la serie Separación (2022-2025), en un episodio dirigido por Ben Stiller. Ese hombre que corre es el protagonista de esta ficción distópica creada por Dan Erickson. Se llama Mark Scout (Adam Scott), un personaje que aspira a representar al hombre común aplastado por la falta de sentido de la vida, desorientado por el absurdo existencial, enfrentado a la alienación laboral y a una burocracia kafkiana. Un cruce entre el protagonista Con la muerte en los talones (1959) de Alfred Hitchcock, y el de El proceso (1962) de Orson Welles, dos películas clásicas que, sin embargo, se acercaban a la abstracción como se acerca esta serie en muchos momentos. Ese pobre oficinista que aspira a liberarse de una rutina laboral semejante al castigo de Sísifo, mientras se pregunta qué sentido tiene su existencia fuera del trabajo, recoge perfectamente la angustia del ser humano, al menos en Occidente -y antes de la llegada de Donald Trump al poder-. Son temas relevantes y ambiciosos que no impiden que una de las cosas que más me gusta de la serie es cómo crea vínculos afectivos entre los personajes encadenados a ese surrealista espacio laboral, unidos por la solidaridad de tener que sobrevivir cada día a una labor que no les satisface y cuyo fin último no entienden. Recordemos el planteamiento de esta ficción: los trabajadores de una empresa han aceptado someterse a la separación quirúrgica de sus recuerdos por lo que tienen dos vidas, una dentro y otra fuera del trabajo. Esto genera un conflicto imposible que convierte a cada personaje en enemigo de sí mismo. La humanidad de los innies -los que trabajan dentro de la empresa- contrasta con la realidad deprimente de sus contrapartidas en el exterior, los outies, que parecen tener muchas cosas que ocultar. Si el primer episodio se centra en lo que ocurre dentro de Lumun, el segundo marca la diferencia entre innies y outies de una forma precisa y visual, presentándonos a los personajes en su vida exterior en una mayoría de escenas nocturnas, con planos oscuros, que parecen cuadros de Edward Hopper, acentuando la soledad de todos ellos. La segunda temporada de Separación se aparta un poco de la distopía laboral para darle protagonismo a los misterios del argumento, a lo que esconde cada personaje y sobre todo, a la opaca empresa de Lumon, un poco en la línea de series que siguen la estela de Perdidos (2004). Momentos como el descubrimiento del hombre-cabra o las diferentes salas por las que tiene pasar el personaje interpretado por Dichen Lachman, suponen engimas pensados para enganchar al espectador y convierten el argumento en un laberinto. Pero la serie no renuncia a los temas profundos que he señalado ya, aunque pase por ellos de forma superficial: la reflexión sobre la identidad personal y su relación con el entorno y la memoria. En una relación sentimental larga ¿Es posible que nos convirtamos en otra persona y perdamos de vista nuestra verdadera esencia? ¿Es posible enamorarse de dos personas diferentes al mismo tiempo? En sus mejores momentos, Separación plantea estos problemas de forma evocadora e incluso poética. Y a pesar de que su argumento es intrincado y no precisamente original, la serie brilla por su puesta en escena, su fotografía, el diseño de producción y la música, por no hablar del estupendo reparto de estupendos actores. Una de las mejores ficciones televisivas del año.