FRANKENSTEIN -SIN NOTICIAS DE DIOS


Todo lo que ha hecho antes Guillermo del Toro en su carrera artística le ha llevado a dirigir Frankenstein (2025). Y las ideas del clásico literario de Mary Shelley han aparecido en diferentes formas en las películas anteriores del director mexicano: empezando por el miedo a la muerte -ya desde Cronos (1993)- nucleo primordial del género Fantástico y sobre todo, del terror; pero también la concepción del monstruo como un ser incomprendido, marginado, con una relación complicada con su padre/creador, presente desde Hellboy (2004) hasta la reciente Pinocho (2022). Como director ya consagrado, que ha gozado del éxito comercial, ha ganado el Óscar y con el cariño de los fans, Guillermo del Toro está ya en el momento perfecto para emprender la adaptación de una novela clave en el terror y la ciencia ficción. El resultado es su mejor película, que consigue ser al mismo tiempo la adaptación más fiel hasta la fecha del icónico texto -a pesar de los muchos cambios que introduce- y una obra tremendamente personal en la que reconocemos al mexicano. La historia de Víctor Frankenstein -esforzado Oscar Isaac-, un estudioso de la medicina que desafía las leyes divinas al crear un hombre artificial con partes de cadáveres, está plasmada con una belleza pictórica que merece una pantalla grande -no esperéis a verla en Netflix-. Guillermo del Toro es un creador de imágenes, y su película está cuidada hasta el mínimo detalle: la fotografía de Dan Laustsen, el diseño de producción, los decorados y el vestuario, todo es una maravilla que atrapa el ojo. Y el oído: porque la música de Alexandre Desplat es también magnífica. Frankenstein es tan arrebatadora visualmente que el argumento parece ir a la zaga: es un defecto habitual en el cine de Guillermo del Toro. Sin embargo, a pesar de algunos problemas de ritmo en el primer tramo de la historia, las decisiones del director funcionan, con los mencionados cambios interesantes con respecto al original, pero sobre todo, la película se beneficia de un estupendo reparto, que además de los actores principales, se compone de intérpretes solventes como Christoph Waltz, Charles Dance, David Bradley o Ralph Ineson. Este Víctor Frankenstein, más que un mad doctor como el icónico Colin Clive, ha heredado algo del espíritu de héroe romántico de la versión de Kenneth Branagh, pero también tiene un punto del egoísmo y la maldad del científico encarnado por el gran Peter Cushing para las películas de la Hammer. En todo caso, la película cuenta con el hallazgo del personaje de Elizabeth (Mia Goth), que no es simplemente el interés romántico del protagonista, sino su auténtico antagonista, una mujer a la altura de Frankenstein y sobre todo, la autoridad moral de la historia. Mia Goth, por cierto, hace algo habitual en su carrera: un doble papel, también como la madre de Víctor, en un guiño a los dos roles de Elsa Lanchester en La novia de Frankenstein (1935), en la que encarnaba a Mary Shelley y a la novia del título. Dicho todo esto, una adaptación de Frankenstein vale lo que vale su monstruo y este me parece el gran triunfo de esta adaptación. El arriesgado diseño y el fantástico trabajo de maquillaje consiguen plasmar por primera vez la idea original de Shelley: que el monstruo sea terrorífico, pero también hermoso, gracias a los rasgos y la imponente presencia física de un estupendo Jacob Elordi. Es, para mí, la única representación de la criatura que ha conseguido proponer algo diferente y memorable sin palidecer ante la imagen canónica del personaje, encarnada por Boris Karloff y creada por el maquillador Jack Pierce. Palabras mayores.

UNA CASA LLENA DE DINAMITA -EL DÍA ANTES


Seguramente tu trabajo ya no parecerá tan estresante tras ver Una casa llena de dinamita (2025). La directora Kathryn Bigelow convierte 20 minutos de amenaza en una película de casi dos horas que no da tregua al espectador. El planteamiento es potente: un misil nuclear de origen desconocido podría caer en suelo de Estados Unidos. El guión lo firma Noah Oppenheim, experimentado productor de programas periódisticos y premiado guionista de ficción, cuya principal virtud aquí es imprimir veracidad a las acciones de los personajes valiéndose de una descripción pormenorizada de los procedimientos y protocolos que intervienen ante una crisis con potencial apocalíptico. La premisa es sencilla y aterradora, el fin del mundo puede llegar en cualquier momento y pillarnos en nuestro rutinario día a día. La historia arranca mostrándonos a una serie de personajes que desempeñan diferentes labores políticas, de defensa y seguridad nacional dentro del Gobierno de Estados Unidos, interpretados por actores más que solventes: Rebecca Ferguson, Anthony Ramos, Jared Harris, Jason Clarke, Tracy Letts, Idris Elba y varios más. A los personajes los vemos primero en sus ambientes cotidianos, con sus seres queridos y enfrentados a los problemas de todo el mundo, en breves pinceladas de caracterización, justo antes de llegar a sus puestos de trabajo, en los que los vemos desempeñarse de manera casi aburrida, como si nunca fuese a pasar nada. Hasta que algo ocurre. Bigelow realiza entonces un magnífico ejercicio de tensión que estira esos 20 minutos en los que se supone que el misil hará impacto, hasta la desesperación del espectador. Estamos ante una película de guión, en la que escuchamos constantemente siglas que nos son desconocidas y terminología técnica y militar ininteligible, pero, aún así, el relato engancha y mantiene el interés de manera ejemplar. Bigelow consigue mantener el pulso gracias a contar el mismo relato varias veces, desde diferentes puntos de vista, aportando nueva información cada vez más aterradora. El mensaje principal es, claro, el pánico nuclear, el peligro siempre presente de que todo el planeta vuele por los aires sin que nadie sepa exactamente por qué. Pero hay además una estupenda reflexión sobre el estrés laboral y la eficacia profesional. Todos los personajes que vemos son profesionales consumados que saben hacer bien su trabajo, pero también son seres humanos con dudas, inseguridades y miedos como los de todo el mundo. No hay aquí héroes ni individualismos capaces de salvar el mundo. Ni siquiera a los Estados Unidos.

LOS DOMINGOS -TERROR RELIGIOSO


Me imagino a la directora Alauda Ruiz de Azúa con una sonrisa perversa tras estrenar Los domingos (2025) en las salas de cine y dejar, en la mente del espectador, un montón de preguntas incómodas. Su película sigue la línea de la ambigüedad y de sugerir más que contar que ya encontramos en la magnífica miniserie Querer (2924) y que poco tiene que ver con su ópera prima, Cinco lobitos (2022), estupendo drama que conseguía encandilar a los espectadores con humanidad y emoción. La tercera película de la directora apuesta por la frialdad y la distancia para contarnos la historia de una adolescente que decide ser monja y el cataclismo que eso provoca en su familia. Las relaciones de parentezco son el interés central de la obra, todavía temprana, de esta autora nacida en Baracaldo. Pero el calor y la ternura de su mencionada primera cinta han desaparecido de sus historias. Tras encarar una comedia romántica por encargo de Netflix, Eres tú (2023), 
Alauda Ruiz de Azúa parece estar siguiendo la senda de crueles observadores de la realidad como Kubrick, Haneke o el primer Lanthimos. En Los domingos la protagonista es una mujer madura, Maite (Patricia López Arnáiz), cuyo punto de vista se mantiene durante casi toda la historia, ya que no se desvela demasiado sobre lo que pasa dentro de la cabeza del personaje principal, su sobrina Ainara (Blanca Soroa), la niña que decide apartarse del mundo para vivir en un convento de clausura y de cuyas motivaciones solo se nos dan pistas externas. El tercer vértice de este drama familiar es el padre de Ainara, Iñaki (Miguel Garcés), personaje también misterioso y distante, un enigma sin resolver. El argumento se centra sobre todo en los dos personajes femeninos, cuya evolución transcurre de forma paralela: Ainara se encuentra dividida entre seguir su vocación religiosa o vivir una vida normal. Lo primero, en pleno siglo XXI, parece una decisión extrema y sospechosa. En la película vemos siempre desde fuera a los curas y monjas que aparecen como personajes: la sonriente madre superiora a la que da vida Nagore Aranburu tampoco da pistas sobre si es una bondadosa líder espiritual o una pérfida manipuladora. La cámara nos muestra la rutina de las hermanas en el convento de forma objetiva, pero reflejando, claro, un escenario de paz, despojado de conflictos, un lugar que parece seguro y ordenado. Alauda Ruiz de Azúa establece una comparación entre el convento y el mundo adolescente de Ainara, donde encontramos lo típico: teléfonos móviles, reguetón y juegos con bebidas alcohólicas. Todo parece conducir, por cierto, a una sola cosa: el sexo. En esta comparación podemos encontrar una primera pista sobre el sentido de Los domingos: la vocación religiosa es una postura extrema, claro, pero la alternativa, una existencia corriente, haciendo lo que todo el mundo, en una sociedad que parece haber sido despojada de valores, de ilusiones y de sentido, no resulta atractiva. El espejo del futuro de Ainara es su tía Maite, una madre que apenas se relaciona con su hijo y que parece haberse desenamorado de su pareja (Juan Minujín). La crisis existencial de Maite, su mala relación con su pareja y con su hermano, no ofrecen, desde luego, un referente atractivo para su sobrina. Alauda Ruiz de Azúa coloca a este personaje en una suerte de film de terror psicológico, en el que, como Rosemary, solo ella ve que su sobrina podría ser víctima de una conspiración. En Los domingos, la directora condena el modelo tradicional que establece la familia como pilar de la sociedad, pero, al mismo tiempo, reconoce que no existe una alternativa. No hay salvación posible.

SPRINGSTEEN: DELIVER ME FROM NOWHERE -SALUD MENTAL


El director Scott Cooper hace un trabajo encomiable esquivando los clichés del biopic musical en Springsteen: Deliver Me From Nowhere (2025), proponiendo desviaciones interesantes a lo que podría haber sido un mero trabajo de encargo, eso sí, sin dejar nunca de tener en cuenta al público más amplio posible. En la presentación europea de la película en Madrid, el director reconoció una implicación emocional especial y personal en el proyecto: su padre lo introdujo en la música de Bruce Springsteen y este falleció justo antes de empezar el rodaje. Y es que uno de los temas centrales de la historia que se cuenta aquí -basada en el libro de Warren Zanes- 
es la relación entre el cantante y su padre, un hombre atormentado, violento, con problemas de adicciones y, sobre todo, de salud mental. Cooper utiliza esta subtrama como el motor principal de los conflictos del protagonista, un asunto no resuelto que le impide ser feliz, mantener una relación de pareja sana e, incluso, disfrutar del éxito conseguido como músico. Deliver Me From Nowhere no es el relato del ascenso a la fama mundial de Springsteen, sino que la película comienza cuando el artista ya ha triunfado sobre los escenarios y sus canciones están en las listas de lo más vendido. Lo que nos cuentan es cómo el de New Jersey compuso y grabó el álbum Nebraska (1982), un intento de exorcizar sus fantasmas que iba en contra de los intereses de la discográfica y del sentido común, si lo que se quiere es seguir en la cresta de la ola de la industria musical. Un suicidio metafórico por parte de un artista que se busca a sí mismo, que evita aprovecharse de su éxito apareciendo en talk shows y protagonizando películas -¡de Paul Schrader!- porque prefiere tocar en un garito con unos amigos que tienen un grupo de versiones. Lo que cuenta Deliver Me From Nowhere seguramente sorprenderá a los que no sean fans de Springsteen y resulta muy interesante. Nos habla, en definitiva, de la creación artística, del choque entre la expresión personal y las imposiciones comerciales de la industria. En este sentido, la película de Scott Cooper brilla y sorprende cuando nos muestra un desarrollo argumental en el que vemos a Springsteen, simplemente, componiendo canciones y encontrando la inspiración en películas como Malas tierras (1973) de Terrence Malick. Durante varios minutos de metraje, Cooper se permite la contemplación de un artista en el proceso de creación, dejando que las imágenes de su film se mezclen con las del de Malick. Y no es la única referencia cinéfila: la relación entre Springsteen -de niño- y su padre encuentra también su reflejo, oscuro, en las poderosas imágenes de La noche del cazador (1955). Son elementos interesantes en una película con vocación comercial, apadrinada por el propio Springsteen, a la que hay que perdonarle algunos subrayados demasiado obvios, o que la preciosa fotografía -de Masanobu Takayanagi- y el preciosta diseño de producción -de Stefania Cella- edulcoren el relato de la vida del cantante. Un relato que, de hecho, nos hace descender en las oscuridades del alma del artista, en el trauma y en lo que ahora llamamos problemas de salud mental. Cooper se apoya en la estupenda interpretación de Jeremy Allen White y se permite que el clímax de su película sea el rostro de su protagonista contorsionado por el llanto. Pero es que cada actor de este reparto es excelente, sobre todo Jeremy Strong como el productor -y mentor espiritual de Springsteen-, Jon Landau; además de Stephen Graham, Paul Walter Hauser, David Krumholtz o Marc Maron. Springsteen: Deliver Me From Nowhere es un entretenimiento de primer nivel que consigue sortear los clichés del biopic, con interpretaciones sobresalientes y la poderosa música de The Boss, que además sorprende con una interesante reflexión sobre la creación artística.

UN SIMPLE ACCIDENTE -VÍCTIMAS Y VERDUGO


El arranque de Un simple accidente (2025) del iraní Jafar Panahi no puede ser más sugestivo: la casualidad hace que se crucen los destinos de un trabajador, que fue víctima de las torturas del régimen, con su posible torturador. Este hecho fortuito pone en marcha un motor argumental que nunca se detiene y que va acumulando situaciones y personajes, ya que otras posibles víctimas del verdugo se van presentando en la historia sucesivamente. El conflicto central es, claro, un dilema moral: ¿Tienen derecho las víctimas a la venganza? ¿No las deshumaniza eso y las iguala a los torturadores? Esta película, rodada con pulso urgente y de forma clandestina por Panahi, sirve para retratar un país, porque, durante la trama, somos testigos de cómo funciona la sociedad iraní a través de diferentes situaciones que van desde una boda hasta la llegada de una nueva vida al mundo. Y en esas situaciones, los personajes se revelan. El grupo de actores que forma el reparto, todos colocados alrededor de ese hombre que parece un tipo corriente, un padre de familia, pero que podría ser un cruel instrumento del poder, recuerda al elenco de una obra teatral y el propio Panahi cita la célebre Esperando a Godot de Samuel Beckett. Pero la historia ocurre en múltiples escenarios, lejos está de ser estática, y tiene momentos de puro cine, como el uso expresivo del sonido entrecortado de una pierna falsa que señala al sospechoso y que sirve también para una moraleja impactante: la víctima nunca podrá desprenderse del trauma de la tortura. Un simple accidente es una de las películas más importantes del año, aunque su desarrollo sea oscuro y desesperanzado. Panahi demuestra ser un humanista al atreverse a igualar víctimas y verdugo, pero no en el odio, sino en el sufrimiento. ¿Quién es culpable entonces?

LA DEUDA -CINE SOCIAL


Daniel Guzmán escribe, dirige y protagoniza La deuda (2025) un drama de tintes sociales que se puede ver como una radiografía del desolado panorama actual y de los problemas a los que nos enfrentamos como país. Uno de ellos es el desempleo, situación en la que se encuentra Lucas -el propio Guzmán- que convive y cuida de Antonia -entrañable Charo García, en su primer papel en el cine- una mujer mayor y dependiente. El tercer problema que se aborda es, quizás, el que lo engloba todo: la vivienda. Lucas y Antonia se enfrentan a un desahucio inminente y el primero hará todo lo posible por encontrar dinero lo más rápido que pueda para no quedarse sin techo. Y eso significa, claro, problemas. Guzmán, en su tercera obra como director, se muestra ambicioso, ya que utiliza este planteamiento de realismo social para plantear un drama sobre los errores que cometen los desesperados y sobre la culpa, que muchas veces conlleva un castigo que puede ser necesario, pero no necesariamente justo. Guzmán introduce entonces otros temas, como la culpa -en el personaje de Itziar Ituño- y la solidaridad, encarnada en la enfermera a la que da vida Susana Abaitua. Y no tiene problemas, como director, en hacer que el argumento vaya mutando del conflicto social al drama íntimo e incluso se introducen elementos de thriller criminal y hasta algunas secuencias de acción. Un cóctel arriesgado, muy en la línea del cine actual -pienso en las películas de Jacques Audiard- pero que llevan a la película al límite de lo verosímil y al desequilibrio, por la acumulación de peripecias: la subtrama sobre la pérdida y la culpa se habría beneficiado de un desarrollo mayor. Aún así, la película deja la sensación de un esfuerzo encomiable por parte de Guzmán.

BALA PERDIDA -STRIKE ONE


De alguna forma, lo mejor y lo peor de Darren Aronofsky es su ambición artística. Una vocación de trascendencia que resultaba promotedora en Pi (1998) y que ha dado pie a una carrera tan irregular como interesante. Así, sin mucho ruido, se estrena en cartelera Bala perdida (2025) en la que el autor de ¡Madre! (2019) parece abandonar sus ínfulas de autor para entretenernos con un thriller que mezcla violencia y risas partiendo de un planteamiento hitchcockiano: un hombre común, un simple barman llamado Hank (Austin Butler), se ve envuelto por casualidad en una trama criminal que pone en grave peligro su vida y la de todos los que lo rodean. El escritor Charlie Huston adapta su propia novela en una historia que puede resultar inverosímil -¿y qué más da?- pero que es ciertamente divertida: Aronofsky es un buen narrador y sabe hacer uso de la planificación y del montaje para mantener el motor en marcha. Bala perdida parece una película de los 90 y de hecho está ambientada en Nueva York en 1998: diálogos ágiles, personajes cool, situaciones extremas y referencias a la cultura popular -en este caso, el béisbol, el punk rock-, violencia, algo de sexo y mucho humor (negro), en la línea del primer Tarantino o Guy Ritchie. La clave del éxito son los personajes: Butler se deja querer, pero, además, está Zoë Kravitz como la novia que cuaqluiera querría tener, además de actores de reparto con tanto carisma como Matt Smith, Regina King -y hasta un caricaturesco Bad Bunny- y en papeles menores unos estupendos Vincent D'Onofrio, Liev Schreiber y Carol Kane -por no hablar del cameo de Laura Dern, esperad hasta el final- y un Griffin Dune que parece haber sido elegido en el casting para decirnos que esto es una versión punk de Jo ¡Qué noche! (1985) de Martin Scorsese. Hay que aplaudir entonces que Aronofsky se tome la molestia de entretenernos durante 90 minutos, algo que tampoco resulta sencillo de hacer, pero sí hay que reconocer que esta puede ser su película más convencional -ese trauma que debe superar el protagonista-. Después de todo estamos hablando del director de cintas fallidas tan interesantes como La fuente de la vida (2006)  o la inclasificable Noé (2014). Lo comido por lo servido.

THE SMASHING MACHINE -EL HOMBRE BLANDENGUE


Parece necesario ver The Smashing Machine (2025), primera película en solitario de Benny Safdie, en el espejo de otros films que han abordado, por un lado, los deportes de lucha y, por otro, el tema de la violencia. Esta es la historia (real) de Mark Kerr (Dwayne Johnson), un excampeón de la lucha libre que se apunta a un deporte todavía en pañales, las artes marciales mixtas. Esto es importante, porque se hace hincapie en que los protagonistas del relato -real y ficticio- son pioneros en una disciplina en la que no tienen referentes, no hay récords que romper ni campeones históricos a los que derribar como sí le ocurría a Rocky Balboa (Sylvester Stallone) ante el inalcanzable Apollo Creed (Carl Wheathers) en la mítica Rocky (1976) y sus secuelas. Digamos que aquí Mark Kerr se enfrenta a sí mismo, a sus propias dudas, a su adicción a los medicamentos para el dolor y, sobre todo, a una tormentosa relación sentimental con su pareja, Dawn (Emily Blunt). En su guión, Safdie explora la masculinidad de su luchador como lo hace Martin Scorsese en su obra maestra, Toro salvaje (1980), en la que vemos el auge y caída de otro personaje real, Jake LaMotta (Robert DeNiro), el típico héroe de la filmografía del director -y de la de Paul Schrader-, un tipo atormentado por la culpa, en busca de redención e incapaz de controlar sus impulsos violentos con su pareja o con su propio hermano y entrenador. Pero Safdie nos habla de un personaje opuesto a LaMotta, que puede ejercer la violencia dentro del ring pero en su vida privada es un tipo amable, controlado e incapaz de hacerle daño -físicamente- a nadie. Safdie explora así las nuevas masculinidades y nos muestra a hombres musculosos y de una fuerza física tremenda, capaces sin embargo de mostrar sus emociones, que van desde las lágrimas al cariño más sincero -la relación de amistad entre Kerr y el luchador Mark Coleman (Ryan Bader) es otro eje central del film- mientras el único personaje femenino del relato, una estupenda Blunt, parece desorientada ante la vulnerabilidad de su pareja, e incluso llega a pedirle, en varios momentos, que la maltrate físicamente, como si eso fuese sinónimo de hombría. Quizás el núcleo temático de 
The Smashing Machine es esa escena en una feria en la que Mark Kerr no se atreve a subirse a una atracción giratoria, mientras su chica no tiene problemas en hacerlo -lo que lleva al homenaje más inesperado a Los 400 golpes (1959)-. Safdie despliega una eficaz puesta en escena impresionista que se basa en colocar la cámara en lugares realistas, con un estilo documental, pero también como si viéramos los combates a través de imágenes grabadas por un espectador con el móvil, que luego han sido subidas a la red. Una puesta en escena inmersiva sobre todo gracias al montaje, que firma también Safdie, y que mantiene la atención del espectador durante un ajustado metraje de dos horas. The Smashing Machine propone una mirada sobre un deporte violento en sus inicios -hoy es tremendamente popular y genera millones de dólares en todos el mundo- y nos enseña a sus combatienes despojados de épica, evitando en todo momento mostrarnos los triunfos del protagonista, esquivando incluso el clímax de la tensión acumulada por la rivalidad -que no enemistad- entre Kerr y Coleman, y tomando una decisión que es una declaración de intenciones al enseñarnos al Mark Kerr de la vida real haciendo la compra como cualquier hijo de vecino.

MASPALOMAS -ARMARIOS


La estupenda Marco (2024) de Aitor Arregi y Jon Garaño planteaba como tema la vida como un relato -que puede ser falso- pero también el choque entre la idea que tenemos de nosotros mismos y la imagen que proyectamos en los que nos rodean. Marco -un inmenso Eduard Fernández- decidía vivir una mentira a riesgo de ser descubierto y crucificado socialmente. En Maspalomas (2025), Arregi y Garaño nos presentan a un personaje en cierta forma inverso: Vicente siempre fingió ser quien no era hasta que decidió dejarlo todo para 'salir del armario', provocando, paradójicamente al contar la verdad, el rechazo de todo su entorno familiar y social. Precisamente, en la película nos presentan a Vicente (José Ramón Soroiz) viviendo en lo más parecido al paraíso: una playa infinita llena de hombres jóvenes y atractivos que se divierten y mantienen relaciones sexuales entre ellos. Poco a poco, ese paraíso de piel y sudor se irá resquebrajando, Vicente será expulsado y descubriremos su pecado original. La vida obliga a Vicente a descender a los infiernos y, desde allí, a enfrentarse a su pasado, a reencontrarse con su hija, Nerea (Nagore Aranburu), y a iniciar un complejo viaje emocional que le pilla ya con 76 años. Con este argumento, Arregi y Garaño construyen minuciosamente una película tan dura como emocionante, optimista a pesar de todo y muy humana. Cinematográficamente la cámara se esfuerza en hacernos sentir el sol quemando en nuestra piel, el sudor de los cuerpos que se frotan, la arena que se ha quedad metida en una zapatilla. La fotografía de Javier Agirre deslumbra: es luminosa en el paraíso y tenebrosa en las profundidades del supuesto infierno de una residencia para la tercera edad. La atrevida música de Aránzazu Calleja imprime un toque original a la película, que en algún momento podría caer en el drama social más convencional y apagado. Pero Arregi y Garaño juegan muy bien sus cartas y desde una sólida construcción de su protagonista, apuntan temas de gran calado para la reflexión del espectador: el drama muy real que supone para las personas mayores del colectivo LGTBIQ+ ingresar en una residencia donde muchas veces se ven obligados a volver a entrar en 'el armario'; pero también se habla del peso de las decisiones vitales, del choque entre el individuo y su familia, de la vejez y el deseo sexual, y de cómo los planes se acaban trastocando casi siempre por la enfermedad, la muerte o una pandemia mundial. En definitiva, la vida. Con una portentosa interpretación de Soroiz, Maspalomas reflexiona sobre la identidad individual y la libertad de ser nosotros mismos. ¿Es Maspalomas, el destino turístico gay, un oasis de libertad para los homosexuales o un gueto y en definitiva un armario gigante? ¿Y debemos reivindicar por encima de todo nuestra identidad cueste lo que cueste? 
Maspalomas narra una historia emocionante y además plantea preguntas importantes que debe resolver cada espectador. 

UNA BATALLA TRAS OTRA -BRECHA GENERACIONAL


En Una batalla tras otra (2025), Paul Thomas Anderson representa la brecha generacional en ese dispositivo que distancia hoy a los padres de sus hijos: el teléfono móvil. Puede parecer simple, pero no deja de ser cierto. La pequeña pantalla negra, satanizada por los que tienen más de 40 años, es convertida en la fuente de todos los males por el protagonista de la película, el paranoico Bob Ferguson, al que da vida Leonardo DiCaprio, ese actor que siempre intenta conseguir la mejor interpretación de la historia. Sin embargo, para la hija de 16 o 17 años de Bob, Willa -fantástica Chase Infiniti-, como para la mayoría de los adolescentes, el maldito móvil es, simplemente, su forma natural de comunicarse con el mundo. Un mundo, claro, que ha cambiado mucho desde que Bob Ferguson era un revolucionario antisistema junto a su amada Perfidia Beverly Hills -ese es su nombre de combate- interpretada por una magnética Teyana Taylor. Ambos son jóvenes radicales, idealistas y fogosos en el portentoso prólogo de esta película en el que también se nos presenta al villano de la función, el coronel Steven J. Lockjaw, encarnado por un Sean Penn tan pasado de rosca que no puedes dejar de mirarle. Ese prólogo representa una suerte de paraíso perdido en el que la lucha antisistema era posible: de tono erótico-político es casi una actualización de La Chinoise (1967) o de Sympathy for the Devil (One plus One) (1968), ambas dirigidas por Jean-Luc Godard allá por Mayo del 68. T
ras este inicio y una elipsis temporal, se nos muestra a Bob como un tipo acabado, el cerebro frito por el consumo de drogas, que se ha convertido en un padre con graves dificultades para comunicarse con su hija. Porque Una batalla tras otra es también la historia de un padre y su hija. Entonces reaparece un vengativo Lockjaw y Bob tendrá que emprender una loca aventura para rescatar a Willa y para escapar de las autoridades. Durante 162 minutos, que pasan volando, Paul Thomas Anderson, inspirado en la novela Vineland de Thomas Pynchon, nos coge del cuello y mete nuestra cabeza en una comedia satírica, tremendamente política, con muchísima acción, dirigida con mano maestra y con un ritmo que casi no permite recobrar el aliento -el montaje, a ritmo de trailer, lo firma Andy Jurgensen- en una prodigiosa narración audiovisual que no necesita de explicaciones ni diálogos informativos (casi) para crear personajes que nos importen. Eso sí, hay que subirse al carro a toda velocidad. El acabado visual es deslumbrante, la fotografía es de Michael Bauman que rodado en formato VistaVision-; y la música extraña y estimulante, firmada por Jonny Greenwood de Radiohead, lo que da lugar a una obra cinematográfica redonda y mayúscula. Anderson nos cuenta una historia como solo el cine lo puede hacer, y con ella realiza la radiografía más perfecta de su país, hablándonos de ideales perdidos; de siniestros grupos secretos de hombres blancos privilegiados y racistas que se ocultan bajo sonrisas decentes; y de militares enloquecidos y estúpidos, llenos de contradicciones, que sueñan con formar parte de la élite, cuando no son más que tontos útiles con flequillo. Sorprendente -nunca sabes qué va a pasar- y endiabladamente entretenida, Una batalla tras otra consigue ser política sin dejar que sus reflexiones y dardos oculten una historia estimulante que en su clímax resulta emocionante. Anderson apuesta por cosas que ya no se llevan en la ficción actual: personajes simpáticos -además de los protagonistas, mencionemos a Benicio del Toro- y un tono que evita el pesimismo que impera en los tiempos que corren. Posiblemente la mejor película que verás este año.

JONE, A VECES -ASÍ ES LA VIDA


Sensible, cercana y autobiográfica es Jone, a veces (2025), ópera prima de la directora Sara Fantova que propone como protagonista a Jone -estupenda Olaia Aguayo, también en su primer papel- una joven veinteañera que se encuentra en pleno tránsito hacia la vida adulta: el primer amor, el descubrimiento de su sexualidad, pero también la llegada de las responsabilidades. Lo que diferencia este coming of age de otros relatos similares es que la vida modifica los planes de Jone colocando a su padre (Josean Bengoetxea) también en un momento vital de descubrimiento, aunque opuesto: el de la enfermedad y la conciencia de la muerte. Mientras Jone está experimentando un estimulante despertar como mujer y persona, debe intentar afrontar la responsabilidad de cuidar de su padre enfermo y atender a su resabida hermana pequeña. Unas responsabilidades que, lógicamente, complican que Jone sea capaz de vivir plenamente todo lo que le está pasando. Este es el conflicto central de una película que Fantova mantiene apegada al realismo, haciendo coincidir el relato con la semana grande de Bilbao y mostrándonos siempre a los personajes en situaciones cotidianas y reconocibles. Pero también es cierto que Fantova trasciende el costumbrismo para dejarse llevar por lo poético en varios momentos, apoyándose en la fotografía de Andreu Ortoll y en la música de Pablo Seijo para expresar en la pantalla las emociones de los personajes. Hay además un recurso argumental afortunado: el uso del diario del padre de Jone -en la vida real, el padre de Fantova- que emparenta a esta directora con Carla Simón y esa necesidad artística de contar la historia propia.

MI AMIGA EVA -EL JUEGO DEL AMOR


Es fácil recomendar el 'esfuerzo' de ir a una sala de cine para ver una película como 
Mi amiga Eva (2025). Una historia sencilla, muy bien contada, que nos distrae de las miserias de la vida diaria durante 100 minutos de oro, lo que no quiere decir que no tenga también la capacidad de hacernos reflexionar. Dirige Cesc Gay, que ya nos tiene acostumbrados a hablarnos, sin estridencias, de la vida y sobre todo del amor -o de la ausencia de este-, haciéndonos sonreír más de una vez, pero también generando alguna emoción en el pecho, porque Eva es uno de esos personajes que no se olvidan. Le da vida una magnífica Nora Navas, protagonista absoluta del relato, que con su gesto -no le hacen falta muchas palabras- nos hace entender perfectamente sus anhelos -nos identificamos, claro- y sobre todo sus miedos -que son también los nuestros-. Por eso entendemos su torpeza cada vez que miente -lo hace mucho- y su timidez para atreverse a buscar lo que en realidad todos buscamos. Alrededor de esta Eva, que es una mujer madura, casada y con hijos, la película coloca a un reparto de personajes secundarios que, ya sabemos, son la clave del éxito de cualquier comedia romántica. Ese elenco de actores cumple a la perfección: Rodrigo de la Serna, Juan Diego Botto, Miki Esparbé, Marian Álvarez, Francesco Carril -que se roba cada una de sus escenas-. Todos están estupendos y recitan diálogos muy divertidos escritos por Gay y por el premiado guionista Eduard Sola. Y entre Roma y Barcelona discurre esta película entre Bridget Jones y Woody Allen que va ganando enteros mientras vamos conociendo a Eva, a la que la vida no le regala más que sinsabores y problemas, a cuyo alrededor se mueve un circo de personajes ridículos pero entrañables, en una cinta redonda de esas que sin mucho ruido te reconcilian con la vida. Para qué vamos al cine, si no.

LOS SUDARIOS -LA OBSESIÓN


La muerte aparece como la principal preocupación de David Cronenberg en Los sudarios (2025), un film con el aliento gótico del Edgar Allan Poe obsesionado con el enterramiento y el recuerdo del amor perdido, pero marcado también por el racionalismo del canadiense. A sus 82 años, el director ha creado un álter ego en el personaje de Karsh (Vincent Cassel) que le sirve para expresar el dolor por la pérdida, en la vida real, de su pareja, Carolyn, fallecida en 2017. Un dolor insondable que Cronenberg explora, como en toda su obra, a través de la relación que tenemos con la tecnología. Karsh es un personaje típico cronenbergiano, un innovador transgresor cuyo trabajo le lleva al aislamiento de la sociedad: ha creado tumbas 'inteligentes' que permiten al doliente permanecer en contacto permantente con su familiar fallecido, a través de una app en el móvil. Con un sentido del humor negrísimo, Cronenberg se regodea en el morbo y se permite explorar la última consecuencia de uno de los temas cardinales de su obra: la enfermedad y la decadencia física, que aquí culmina en la completa desintegración del cuerpo físico. El director de Crash (1996) se sirve de dos o tres personajes más para introducir sus temas recurrentes. Diane Kruger interpreta a la esposa fallecida del protagonista, pero también a su hermana, lo que permite hablar del tema del doble -recordemos Inseparables (1988)- y la confusión de identidad. En 
The Shrouds no pueden faltar tampoco escenas de sexo tan incómodas como divertidas, casi necrófilas o con un morbo perverso por las amputaciones que conecta directamente con la única novela publicada del canadiense, Consumidos (2014). Luego está el personaje de Guy Pearce, un cuñado conspiranoico que introduce otros temas recurrentes en la obra del realizador de Scanners (1981), como las corporaciones -o los gobiernos- que mueven los hilos en las sombras en una guerra tecnológica secreta, cuya realidad nunca acabamos de comprobar. Porque reaparece aquí también el gran tema del realizador de Videodrome (1983) o Existenz (1999), el de la representación. En una realidad bombardeada por imágenes alteradas digitalmente ¿Qué es verdad y qué es ficción? Un final abierto y ambiguo parece decirnos que, realmente, poco importa saberlo. Acompañado por sus colaboradores habituales, Howard Shore, Carol Spier, Christopher Donaldson y Deirdre Bowen -repite el director de fotografía Douglas Koch, con el que trabajó en Crimes of the Future (2022)-, Cronenberg firma una película sobria, rigurosa, cerebral, que nos lleva a un futuro de ciencia ficción casi inmediato, para decirnos que las grandes preguntas que nos hacemos sobre la vida y la muerte seguirán siendo siempre las mismas.

EDDINGTON -PUEBLO PEQUEÑO


Si la lógica del arte de contar historias nos dice que primero hay que proponer un relato para que luego este, intencionadamente o no, refleje el estado de las cosas, y pueda convertirse en una lectura de los tiempos que corren, me da la impresión de que el director Ari Aster ha decidido hacer lo contrario, construir una película a partir de los conflictos, preocupaciones y tendencias sociales, económicas y políticas de los últimos años en Estados Unidos y, por extensión, en la mayor parte del mundo. Lo increíble es que su película, Eddington (2025), le salga así de bien. No se puede negar la capacidad de Aster detrás de la cámara para, al menos, meternos en la historia que propone, con una cuidada fotografía -de Darius Khondji- y, por supuesto, contando a su favor con un reparto de actores de lujo, empezando por el ya habitual Joaquin Phoenix; secundado por el 
últimamente omnipresente Pedro Pascal; Emma Stone en un papel pequeño pero importante; un Austin Butler que tira de atractivo y sobre todo una estupenda Deirdre O´Connell que acaba adueñándose del relato. Con estos atractivos, Aster nos propone una historia que va presentando temas conocidos por todos, partiendo de las tensiones que tuvieron lugar durante la pandemia por la consabida oposición entre el bien común y la libertad individual, una oposición que parece definir la esencia misma del alma de Estados Unidos. Luego, el relato se olvida un poco de las mascarillas y van saltando a la pantalla asuntos como el negacionismo, las conspiraciones, la guerra sucia política y el populismo, las redes sociales, las fake news y el Me Too, el racismo, la posesión de armas, la violencia policial y el poder corrompido de las empresas privadas. El guión de Aster no deja ninguna de esas casillas sin tachar y con ellas va trazando una sátira sobre un shérif con sombrero de cowboy que se enfrenta al alcalde, mezclando lo personal con lo ideológico en un argumento que va ganando tensión hasta estallar en una orgía de disparos y sangre que lleva a un final inesperado y amargo. Aster hace una película estupenda, si bien es difícil no tener la sensación de que buscando la relevancia temática, todo resulta algo forzado.

ROMERÍA -HISTORIA DE UNA FAMILIA


Carla Simón sigue indagando en su autobiografía y convirtiendo en cine la búsqueda de sus raíces en Romería (2025). Tras hablarnos de una niña que se quedaba sin padres en la emocionante Verano 1993 (2017), aquí conoceremos a Marina (Llúcia Garcia), una joven que viaja a Vigo para conocer a la familia de su padre, fallecido de SIDA, al igual que su madre, siendo ella muy pequeña. Marina, 18 años recién cumplidos, tiene como guía algunas páginas del diario que dejó su madre, que le habla de la vida con su padre, de sus correrías en unos años 80 salvajes, muy libres, pero también peligrosos por el consumo de drogas. Como Verano 1993 y Alcarrás (2022), esta nueva película es el retrato de una familia, pero de coordenadas muy diferentes a las vistas anteriormente. Ya no estamos ante personas de clase obrera ni trabajadores del campo, sino ante los miembros de una burguesía gallega, un grupo formado por un patriarca y un grupo de pijos, niños mimados y juguetes rotos. Hay un punto de antipatía en las personalidades de los miembros de este clan, que nos aleja del compromiso emocional que tuvimos con las familias anteriores, lo que convierte a su protagonista en un personaje solitario, que mira desde fuera mientras va descubriendo la verdad sobre la historia de sus padres. En Romería encontramos entonces el arco de personaje más elaborado dramáticamente de la corta filmografía de Simón, en ese viaje iniciático que vive Marina, su pérdida de la inocencia tras reconstruir el puzle de una memoria incompleta. Y nos encontramos también con la película más convencional de la directora. Creo que es la primera vez que la autora utiliza música extradiegética de forma tan clara -compuesta por su hermano, Ernest Pipó- y el trabajo de cámara se aleja del temblor documental para hacerse más reposado y clásico, fabricando imágenes preciosas que remiten a un cuento de verano de Éric Rohmer. Aumenta significativamente también la presencia de actores profesionales: Tristán Ulloa, Sara Casasnovas, José Ángel Egido, Miryam Gallego- muy bien elegidos para sus roles. Simón evita, sin embargo, el anquilosamiento gracias al uso de imágenes documentales y a texturas de vídeo casero. Pero sobre todo su película tiene la frescura de sus dos actores principales, unos debutantes Llúcia Garcia y Mitch Robles, que confirman la habilidad de Simón para el casting. Se trata de dos jóvenes atractivos, carismáticos, que llenan la película. Y si antes decía que esta es la película más convencional de Carla Simón, hay que matizar que es también la más atrevida. En Romería la directora apuesta por superar el realismo y se lanza a mezclar pasado y presente en una pirueta que recuerda a Carlos Saura y que nos lleva a imágenes hermosas -la fotografía es de Hélène Louvart- que parecen una actualización de Un verano con Mónica (1953) y en las que se atreve con la metáfora y el simbolismo. En Romería, Carla Simón demuestra de nuevo esa capacidad única para convertir en cine su memoria personal, insertando su relato individual en temas de calado social y de memoria histórica, para acabar encontrando el impacto emocional en el espectador.

 

BLACK MIRROR -TEMPORADA 7 -EL PROBLEMA NO ES LA TECNOLOGÍA


Desde su rompedora primera temporada en 2011, la serie Black Mirror, creada Charlie Brooker, ha pasado de ser un evento con repercusión y un referente en la ficción catódica, a pasar practicamente desapercibida. Sin embargo, la séptima temporada de la serie, sigue atesorando una calidad muy interesante en cuanto a propuestas, guiones y realización. Quizás ya no es una novedad y no pueda competir en el tsunami de nuevos títulos que aparecen cada mes en las plataformas, necesario para atraer la mirada de un espectador con déficit de atención. Pero esto no debe impedir que se valore una serie muy bien producida con cosas que decir sobre estado actual de las cosas y sobre nuestra relación con la tecnología.

El primer episodio de la tanda, Common People, es una inteligintísima sátira que recupera temas de episodios pasados como Be Right Back y San Junipero al abordar de nuevo la pérdida de un miembro de la pareja. En este caso se trata de los adorables Amanda (Rashida Jones), una profesora de infantil, y Mike (Chris O'Dowd) un obrero. Cuando se descubre que ella sufre una enfermedad terminal, Mike decide apuntarse a un tratamiento pionero para salvarle la vida. La gran broma de Charlie Brooker es que la salvación de Amanda funciona de una forma muy parecida a una suscripción a Netflix: cada vez es más cara, y para pagar menos hay que aceptar anuncios publicitarios. Literalmente. Common People es una comedia muy graciosa -dirige el episodio Ally Pankiw- cuyo desarrollo, sin embargo, hiela la sangre. Una reflexión durísima que se vale de la ciencia ficción para hablar de temas como el trabajo precario, la sanidad pública, el consumismo, el capitalismo, el clasismo y, cuidado con el espóiler, la eutanasia. Brooker -y su coguionista, Bisha K. Ali, plantean, básicamente, que, incluso teniendo un trabajo, la vida en la sociedad actual es tan dura, que nos olvidamos, precisamente, de vivir.

El segundo episodio, Bête Noire, es también brillante y algo más divertido. La protagonista es María (Siena Kelly) que se enfrenta al reencuentro en su trabajo de una antigua compañera de instituto, Verity (Rosy McEwen), que sufrió acoso escolar. La presencia de Verity pondrá muy nerviosa a María -es su bestia negra- y desencadenará el conflicto cambiando completamente su vida. Charlie Brooker no solo escribe un guión intrigante y divertido, sino que consigue hablar de la postverdad y las fake news, de su capacidad de cambiar la realidad y destruir vidas -da igual que sean cotilleos escolares o publicaciones en las redes sociales- utilizando como espejo un enloquecido planteamiento de ciencia ficción que remite, nada menos, que al cubo cósmico.

También me parece notable el episodio Hotel Reverie, una romántica historia sobre el cine que gira alrededor de un falso clásico, el del título, que, gracias a la inteligencia artificial podrá tener un remake con actores modernos, en este caso, una estrella llamada Brandy (Issa Rae) que acepta reinterpretar el papel masculino de la película antigua. Algo así como cambiar a Humphrey Bogart por una mujer en Casablanca (1942). El giro que se saca de la manga Charlie Brooker está en que la nueva tecnología permite crear una realidad virtual en la que la actriz moderna podrá interactuar con las imágenes en blanco y negro del cine clásico, y con actores ya fallecidos. El resultado es una historia que juega brillantemente con nuestra relación como espectadores actuales con el cine clásico de Hollywood y sus convenciones completamente fuera de la realidad, pero que siguen teniendo cierto poder en su nostalgia y en la carga que tienen las historias -casi siempre trágicas- de los actores que interpretaron aquellos personajes inolvidables. En este caso, una estupenda Emma Corrin interpreta a Dorothy, un cruce confeso de Ingrid Bergman y la sufrida protagonista de Breve encuentro (1945). Así, estamos ante un episodio que recuerda cosas como El moderno Sherlock Holmes (1924) de Buster Keaton o La rosa púrpura del Cairo (1985) de Woody Allen y que, cuando las creaciones digitales sin verdadera vida permanecen inmóviles en el viejo y lujoso hotel, nos llevan, por qué no, a El año pasado en Marienbad (1961). Palabras mayores.

Dirigido por David Slade, Plaything es otro divertido episodio que gira alrededor de un misterioso personaje, Cameron Walker -un estupendo Peter Capaldi- que es detenido por un asesinato. La investigación llevará a descubrir que se trata de un crítico de vídeojuegos: no sé si existe un precedente en la ficción de un personaje que se dedique a ese oficio, pero es que todo el capítulo es un homenaje nostálgico a la historia de los videojuegos, esos primeros programadores geniales pero zumbados y drogados -aquí, Will Poulter en un cameo- y las revistas especializadas que dan cuenta de todo ello. Una vez más, el argumento de Charlie Brooker gira alrededor de la inteligencia artificial pero lo hace desde la estética de los juegos de 16 bits, con sus personajes pixelados y sus colores brillantes, que me han hecho volver a los tiempos de mi Amiga 500. Lo que nos cuentan es algo predecible, sí, pero muy divertido. 

Eulogy vuelve sobre uno de los temas más recurrentes en la serie de Charlie Brooker: la muerte y la pérdida de un ser querido, el fin del amor cuando ya no hay marcha atrás. Una vez más, entra en juego la inteligencia aritifical (Patsy Ferran), las realidades virtuales y la memoria. ¿Qué es real y qué es una simulación o un recuerdo tergiversado? Con un uso plausible de las nuevas teconologías, el protagonista reconstruye una relación sentimental pasada que marcó su vida. Pero lo maravilloso de este capítulo es la prodigiosa interpretación de Paul Giamatti, un actor superdotado que consigue, a través de su gesto, contar toda una historia de amor y, de paso, emocionarnos. Imprescindible.

La séptima temporada de Black Mirror se cierra con la continuación del episodio USS Callister (2017), ahora con el subtítulo de Into Infinity, que con una duración de 90 minutos es un largometraje por derecho propio, dirigido por Toby Haynes. El argumento recupera el personaje de Nanette Cole (Cristin Milioti) y su tripulación abordo de una nave estelar que se mueve por un universo recreado digitalmente, enfrentándose ahora a nuevos peligros. Una vez más estamos antes una parodia turbia de Star Trek, que convierte a uno de sus fans obsesivos -Jesse Plemons- en un peligroso psicópata incel, satirizando de paso a los grandes genios tecnológicos que hoy parecen dominar el mundo y que salieron -presuntamente- de un garaje gracias a su genialidad. El personaje del millonario James Walton (Jimmi Simpson) sirve para desmentir esa leyenda: detrás de cada genio friki suele haber un niño rico con pocos escrúpulos. El argumento, además, sirve para afianzar la idea de la temporada -y de la serie- de que detrás de toda nueva tecnología hay un elemento corruptor, el capitalismo, que solo busca sacar provecho y convertirnos en consumidores. El episodio se ríe cruelmente de la cultura gamer, y aprovecha para parodiar películas como Ready Player One (2018) -también Náufrago (2000)- y hasta se monta una batalla espacial chulísima estilo Star Wars, además de títulos como Viaje alucinante (1966) y una película Pixar que no desvelo porque es espóiler. El trasfondo de ciencia ficción nos habla, claro, de universos virtuales y de clones -digitales-, reincidiendo en la cuestión de si necesitamos, desde ya, una ética que regule la creación de inteligencias artificiales.

THE PEOPLE'S JOKER -VILLANOS REUNIDOS


Dedicada nada menos que a Joel Schumacher, autor de los polémicos films sobre Batman de 1995 y 1997, y responsable de los famosos trajes con pezones, The People´s Joker (2025) es una película extrañísima, escrita, dirigida y protagonizada por Vera Drew. Saltándose completamente el copywright del universo y los personajes de DC Comics, Drew hace una parodia de Batman y sus villanos -también de Superman-, convirtiéndolos a todos en versiones queer de los conocidos justicieros. Así, el conocido Joker de Joaquin Phoenix es una mujer trans que sueña con dedicarse a la comedia tras escapar de una relación tóxica con su madre (Lynn Downey). The People´s Joker tiene una primera capa, superficial, en la que se parodian situaciones y personajes de DC, no solo de las conocidas películas, sino también de los cómics -por ahí aparece también el caballero oscuro de Frank Miller-, con bastante conocimiento de causa, apropiándose de estos personajes de la cultura popular para que sirvan de referente a la comunidad LGTBIQ+. Esta parodia está hecha con una honesta falta de medios que recurre a disfraces de bazar chino, animaciones rudimentarias, cromas de andar por casa y gráficos pedestres de ordenador en un alarde de estética hortera que acaba creando sus propias reglas. Tras esta fachada paródica de los conocidos superhéroes, late también una sátira sobre el mundo de la comedia, desde los monólogos en bares de poca monta hasta el mismísimo Saturday Night Live -su creador, Lorne Michaels, es ridiculizado a través de un personaje digital más bien rudimentario-. Pero realmente, lo que hace Vera Drew con estos elementos es contar su historia personal, marcada por la transexualidad, los problemas familiares, la salud mental y los medicamentos. Tras los colores chillones y los maquillajes drag late una película indie en la que su autora reflexiona con gracia -y carisma- sobre la sociedad actual, el colectivo LGTBIQ+, la cultura de la cancelación, la cultura popular y el humor. Decía Truffaut algo así como que no hay películas malas, sino deshonestas, y desde luego, The People´s Joker parece una obra salida del alma de su autora, que hace de sus carencias virtudes y que convierte su falta de recursos en pura creatividad.

WEAPONS -QUE NO TE LA CUENTEN


Tras la buena acogida de Barbarian (2022), Zach Cregger encuentra el éxito con Weapons (2024), estupenda película de terror que parte de una premisa irresistible y muy bien planteada en su campaña de marketing: 17 niños, todos de la misma clase, salen de sus casas a las 2:17 de la madrugada para desaparecer sin dejar rastro. Este misterio es el motor argumental de una película inteligente y sobre todo, entretenida, que resulta muy atrevida en su mezcla de retrato de personajes, sustos, toques de comedia negra y violencia extrema, para acabar contando un relato de terror clásico. Cregger se apoya sobre todo en un reparto solvente compuesto por Julia Garner, Josh Brolin, Benedict Wong, Alden Ehreinreich y Amy Madigan para crear una historia cuyos giros y sorpresas no conviene conocer antes del visionado. Y esto es importante, porque toda la gracia de 
Weapons está en el enigma central del relato. En una jugada muy inteligente, Cregger propone al espectador de 2025 una película que parece una serie de televisión: la historia se divide en capítulos, cada uno desde el punto de vista de un personaje -una profesora, un padre, un policía, un joven sin techo, el director del colegio, etc.-. Este cambio casi constante de perspectiva, permite mantener la atención del espectador cuyo interés se potencia gracias a un guión que coloca un cliffhanger al final de cada segmento. Mientras el misterio de fondo se mantiene, el relato no pierde su interés. Pensemos en series como Perdidos (2004-2010) o su magistral precedente, Twin Peaks (1990-1991), que se valían de la misma estrategia -la caja misteriosa de J.J. Abrams- para no perder audiencia. El gran problema de Weapons es que cuando comienza a enseñar sus cartas, el interés se desploma y el espectador más avezado será capaz de ir siempre un paso por delante, hasta una resolución que se esmera demasiado en explicar el misterio y en no dejar ningún cabo suelto. Poco queda a la imaginación del espectador, y quizás esa sea, precisamente, la clave del éxito. Aún así, la película de Cregger es estupenda y conecta temáticamente con el terror reciente de Devuélvemela (2025) o Longlegs (2024), pero con la voluntad de llegar a un público más amplio. Tras resolver el enigma, eso sí, Cregger recupera el pulso y acierta con un final estimulante, sangriento y divertido que deja buen sabor de boca.

KARATE KID: LEGENDS -UNA NUEVA GENERACIÓN


Karate Kid
(1984) es un clásico generacional que cuenta con múltiples secuelas, remakes y una serie televisiva, Cobra Kai, que han ido expandiendo la idea original. Karate Kid: Legends (2025) vuelve a los inicios pero al mismo tiempo recoge todos los flecos de las entregas anteriores. Una recuela en toda regla que presenta a un nuevo personaje, Li Fong (Ben Wang), un joven chino que viaja con su madre (Ming-Na Wen) a Nueva York y comienza una nueva vida en la que pronto aparecen problemas que le obligarán a someterse a un duro entrenamiento de artes marciales. La historia repite entonces el esquema primigenio de la película de 1984, pero con variaciones: Li Fong ya tiene conocimientos de kung fu y ha sido entrenado nada menos que por el señor Han (Jackie Chan) de The Karate Kid (2010). En sus primeros compases, la película recrea, es cierto, lo ya visto, pero aún así consigue conectar con el espectador gracias a una historia sencilla con elementos cotidianos que permiten la identificación gracias al carisma de los actores. Li Fong conoce a una chica, Mia (Sadie Stanley) y a su padre, Victor Lipani (Joshua Jackson) lo que desvía la trama principal de Li Fong para centrarse en los intentos de este último en volver al ring de boxeo. Una desviación que funciona porque, en el fondo, 
Karate Kid: Legends se trata de mezclar elementos argumentales muy disfrutables de películas muy conocidas: además de la base de la historia original ya mencionada, nos acordamos de Rocky (1976) -no por nada, dirigida por John G. Avildsen, que se encargó también de la trilogía de Karate Kid- y la presencia de Jackie Chan -y las subtramas de venganza- nos llevan al cine de artes marciales de Hong Kong y sus templos shaolines. Todo eso con un apartado visual y un uso de la música derivado de la cinta animada Spider-Man: Un nuevo universo (2018), que preparan el terreno para la reaparición de Ralph Macchio como Daniel Larusso, convertido ahora en el nuevo señor Miyagi (Pat Morita). La mezcla de coming of age adolescente, nostalgia ochentera y artes marciales es un éxito y la película funciona de maravilla aunque su tramo final resulte alo atropellado, rebajando la intensidad emocional de los combates decisivos -que, por cierto, tienen la estética de los videojuegos y de paso, promocionan el Tekken-. Aún así, vuestros hijos saldrán del cine dando patadas al aire como lo hicimos nosotros en 1984.

EN LA CORRIENTE -SEGUNDAS OPORTUNIDADES


Discurren las películas del coreano Hong Sang-soo como la vida misma y En la corriente (2025) no es una excepción. Los personajes que aparecen en la trama son personas normales, que quedan en bares y restaurantes para encontrarse, y que mantienen conversaciones entre ellos. No hay nada más. La sencillez de sus propuestas permite a Hong Sang-soo ser un autor total: escribe, dirige, se encarga de la fotografía, el montaje, la música y la producción. Nos lo imaginamos colocando la cámara en el lugar preciso -es raro que la mueva- delante de sus actores para luego dejarles hablar, en diálogos seguramente improvisados. Cuenta Hong Sang-soo con un reparto fiel que le acompaña de película en película, empezando por Kim Min-hee, pareja del director y premiada en el festival de Locarno por su interpretación aquí. También nos encontramos a otros habituales como Kwon Hae-hyo, Cho Yun-hee y Ha Seong-guk. Estos pocos personajes sirven para crear una de las tramas más enrevesadas del cine reciente Hong Sang-soo, cuya tendencia natural le lleva al minimalismo y hasta cierto punto, incluso, a evitar el conflicto dramático. Aquí, Jeo-nim es una profesora de arte pide ayuda a su tío, un conocido dramaturgo del que se había distanciado, porque necesita urgentemente a un director teatral para montar una pequeña obra en diez días, con algunas estudiantes, tras un pequeño escándalo sentimental: el director anterior había mantenido relaciones con varias de sus alumnas. Lo que no se espera Jeo-nim es que pueda surgir la atracción entre su tío y la que ha sido su mentora en la universidad, una profesora, también artista, que se declara fan del dramatrurgo. Todas estas cosas se van desvelando en conversaciones, sobre todo, en restaurantes y con suculentos platos bien regados con vino y otras bebidas alcohólicas que permiten a estos personajes deshinbirse para exhibir sus sentimientos más profundos, aunque sin pasarse. En la corriente puede contrariar al espectador que no esté familiarizado con el cine de Hong Sang-soo: no hay una historia con un desenlace convencional, pero sí personajes que nos muestran sus vidas y que nos hacen reflexionar sobre la existencia, sobre las segundas oportunidades, sobre el amor y el arte. Pero somos nosotros mismos los que debemos extraer esas posibles lecciones.

DEVUÉLVEMELA (2025)


Los hermanos australianos, Danny y Michael Philippou, se confirman como una de las nuevas voces más interesantes del cine de terror actual con su segunda película Devuélvemela (2025) tras su importante debut con la estupenda Háblame (2022). En esta nueva cinta se van atisbando ya algunas constantes de su corta filmografía, como el interés por personajes rotos por algún trauma del pasado que se enfrentan a una amenaza claramente sobrenatural y el gusto por un terror directo, perturbador y por una violencia seca, no apta para todos los estómagos. La historia nos presenta a los protagonistas en la primera escena: Piper (Sora Wong) es una joven invidente y su hermano mayor, Andy (Billy Barratt), cuida de ella. Y al presentarlos, los hermanos Philippou demuestran una habilidad que me parece resaltable, la de hacer que nos pongamos del lado de estos hermanos desde el primer momento y que sintamos de entrada que no se merecen lo que les va a pasar en esta película de terror, aunque no sepamos todavía de qué se puede tratar. Y vaya si las desgracias comienzan a ocurrir. Los hermanos protagonistas acaban al cuidado de una mujer Laura, interpretada por una fantástica Sally Hawkins, que nos deslumbra en esta película con su versatilidad y variedad de registros en un personaje muy complejo. Devuélvemela aborda temas potentes relacionados con la paternidad, como la responsabilidad y la culpa; y también aborda el abandono y los malos tratos de una forma muy dura. Actualización del cuento de Hansel y Gretel, Devuélvemela tiene momentos terroríficos que se apoyan, más que en los sustos, en una atmósfera insana y en una violencia extrema, que ya es marca de fábrica de los Philippou, sobre todo en ese reiterado recurso a la autolesión que resulta muy perturbador. Apoyados en unas estupendas interpretaciones, estamos ante una película de terror sin coartadas, que crea su propia imagen icónica con el niño Oliver (Jonah Wren Phillips), pero que también demuestra ambición al buscar un desenlace catártico al drama humano que plantea, evitando el nihilismo de otras propuestas similares basadas en la crueldad. Una de las mejores del año.

EIGHT POSTCARDS FROM UTOPIA -EL ANTIZAPPING


Eight Postcards from Utopia
 (2025) es un documental realizado por el director rumano Radu Jude y el filósofo Christian Ferencz-Flatz, este último dedicado a una investigación sobre la publicidad postsocialista. Precisamente, estamos ante una película de montaje: 71 minutos de anuncios televisivos, ordenados en ocho bloques temáticos diferentes sobre el dinero, los roles de género, las etapas de la vida y hasta la magia. ¿Qué conclusiones se pueden sacar de la publicidad de la televisión generalista de un país? Lo primero es que el conjunto del film es una especia de tortura: si el zapping consiste, precisamente, en cambiar de canal para evitar los consejos comerciales, estamos ante lo contrario. Los anuncios se suceden uno detrás de otro dando la sensación de que no hay escapatoria. La acumulación nos atrapa en una especie de realidad alternativa de promesas falsas, felicidad impostada, gente guapa y soluciones a problemas que no existen. El tono más presente es el humor, pero hay que decir que los anuncios que vemos no parecen ser precisamente obras de arte ni ejemplos del mejor ingenio y los valores de producción de la industria publicitaria. Son más bien producciones modestas, de un humor simple y mensajes tan directos que resultan groseros, de producción pobre que al ser antiguos resultan desfasados. Hay mucho humor involuntario y un catálogos de valores, claro, capitalistas y consumistas, pero también machistas y patrioteros, como esos primeros anuncios que hablen la película, de corte histórico que apelan a un pasado glorioso en tiempos del imperio romano o de la Rumanía medieval. Eight Postcards from Utopia es una propuesta diferente, radical, de espíritu crítico, que exige al espectador que saque sus propias conclusiones sobre lo que se le presenta en pantalla. Y sin poder cambiar de canal.

A LA DERIVA -EL RÍO DE LA HISTORIA


¿Qué es el cine? Nos lo podíamos preguntar al entrar, o al salir de la sala, tras ver una película como A la deriva (2025) del prestigioso director chino Jia Zhang-ke. Si lo que esperamos es una narración convencional, con un planteamiento-nudo-desenlace, quedaremos decepcionados. La película es, sin duda, enigmática. Está compuesta de imágenes que no tienen un hilo conductor claro. Algunas parecen imágenes de un vídeo casero: un grupo de mujeres, que no conocemos, ni sabemos dónde se encuentran, aparecen cantando, entre risas y vergüenza. La primera conclusión que podemos sacar entonces es que estamos ante algo parecido a un documental, aunque seguimos sin encontrar un tema: no hay textos explicativos, ni una narración verbal. Pero también hay escenas claramente dramatizadas, entre personajes también desconocidos, que aparecen en el metraje sin avisar. Segunda conclusión, estamos ante una mezcla de documental y ficción. Lo siguiente es estudiar las imágenes ¿Qué revelan? El formato va cambiando, así como la nitidez de las imágenes, de una forma que parece caprichosa, por lo que podemos decir que estamos ante un material recopilado. Luego están las señales cronológicas que nos da la propia película, como la celebración de la llegada del siglo XXI: comenzamos en el año 2000 y al llegar al final estaremos cerca del presente, tras haber pasado por la pandemia. Efectivamente, Jia Zhang-ke utiliza imágenes grabadas durante 22 años, de forma personal o de sus películas anteriores. Así, los actores que aparecen, principalmente Zhao Tao y Li Zhubin, envejecen ante nuestros ojos. Si prestamos mucha atención, una pequeña historia se desarrolla entre estos personajes, Qiao Qiao y Bin, un hombre y una mujer que mantienen una relación sentimental, pero también laboral, a los que vemos en una serie de encuentros, desencuentros y reencuentros a través de los años. Ella parece ganarse la vida como modelo y bailarina en fiestas, al menos cuando es joven. Él es una especie de empresario que acaba metido en negocios sucios. Rellenando los agujeros de esta historia más bien escueta, Jia Zhang-ke despliega ante nuestros ojos una serie de imágenes que no son otra cosa que la historia reciente de China: un viejo cuadro de Mao, unas casas que son demolidas y otras que son levantadas, las mascarillas del covid, la modernización de los móviles, la llegada de los influencers y hasta de los robots. La historia de un país ante nuestros ojos -en esto la película conecta con un film contemporáneo, Black Dog (2025)- y dos personajes cuyas vidas transcurren a la deriva del río de la historia.

LOS VECINOS -UN MUNDO DIVIDIDO


El veterano y prestigioso André Téchiné firma en Los vecinos (2025) un estudio de personajes enmarcado en la confrontación ideológica. Lucie Muller -siempre estupenda Isabelle Huppert- encarna a una mujer policía que acaba de sufrir el suicidio de su marido (Moustapha Mbenge), también agente, motivado por las malas condiciones de los funcionarios en el cuerpo. En ese momento de pérdida y decepción vital, unos nuevos vecinos se mudan al frente de la casa de Lucie: Yann (Nahuel Pérez Biscayart), su pareja Julia (Hafsia Herzi) y la hija de ambos, Rose (Romane Meunier). Es esta última, al perderse y ser encontrada por Lucie, la que provoca el encuentro entre vecinos, que pronto establecen una relación de amistad y cariño. El conflicto central de la trama es que si Lucie es policía, Yann es un activista con un largo historial de enfrentamientos violentos con la policía. Téchiné va tejiendo su historia con estos elementos, centrándose sobre todo en los personajes y sus conflictos, enfrentándolos por sus idelogías opuestas, y buscando, como moraleja, un posible punto de encuentro entre ambas posturas. Como trasfondo aparecen también otros asuntos pertinentes del retrato de Francia como nación: la herencia del colonialismo y el problema siempre presente de la inmigración. Además, Lucie ha unido su destino a un hombre de origen africano que le ha aportado una espiritualidad que añade complejidad al personaje y que justifica una mirada más abierta de lo habitual. Drama íntimo, sin estridencias, Los vecinos se beneficia de unas sólidas interpretaciones para presentar un drama con tintes sociales que invita a la reflexión.

LOS CUATRO FANTÁSTICOS: PRIMEROS PASOS -LA PRIMERA FAMILIA


Parece cosa del destino que los Cuatro Fantásticos vuelvan a las pantallas de cine para inaugurar una nueva etapa en el Universo Marvel Cinematográfico, ya que con este cuarteto creado por Jack Kirby y Stan Lee se inauguró en 1961 la era Marvel en los cómics. Estos fueron los primeros superhéroes de la editorial -si no contamos con el precedente del Capitán América, Namor y la Antorcha Humana original de los años 40- que rompían el molde con respecto a los populares Superman y Batman. Reed Richards, Sue Storm, Johnny Storm y Ben Grimm no tenían identidad secreta, no llevaban máscara y parecían personas corrientes, con defectos y temperamentos que los hacían pelearse entre ellos. Como una familia. Sus aventuras eran viajes de descubrimiento de ciencia ficción en las que exploraban mundos fantásticos, dimensiones extrañas y se enfrentaban a mostruos gigantes y amenazas colosales. La serie, a pesar de su inocencia a los ojos actuales, es una lectura fascinante gracias al desbordante talento de Kirby y a la constante invención de conceptos y personajes en un universo de ficción en constante expansión. En el cine no hemos tenido tanta suerte. Obviando la barata versión nunca estrenada de la productora de Roger Corman de 1994, las versiones de 2005 y 2007 no fueron satisfactorias y la cinta firmada por Josh Trank en 2015 es un desastre. Por todo ello, Los Cuatro Fantásticos: Primeros pasos (2025) lo tenía muy fácil para ser la mejor película sobre los personajes y así lo ha conseguido, con permiso, claro, de la estupenda Los Increíbles (2004), con la que esta nueva adaptación tiene varios puntos en común. El director Matt Shakman plasma con acierto el espíritu de las primeras aventuras de los personajes, centrándose en las dinámicas entre los miembros de esta familia, encarnados estupendamente por Vanessa Kirby, Pedro Pascal, Joseph Quinn y Ebon Moss-Bachrach. Este reparto de actores logra componer personajes simpáticos, entrañables en los conflictos provocados por sus extraños superpoderes, que aparecen apuntados someramente dentro del marco argumental de la historia más grande jamás contada en Lo
Cuatro Fantásticos: la llegada de Galactus (Ralph Ineson), guiado por su heraldo, Silver Surfer (Julia Garner). El guión firmado a cuatro manos aspira a contar muchas cosas: elude narrar de nuevo el origen de los personajes, resumiendo sus primeras aventuras para centrarse en nuevos conflictos y en la llegada del mencionado villano. Y haciendo malabares la película consigue equilibrar el desarrollo de los personajes, los momentos emotivos, el humor, la acción superheróica y la aventura espacial con bastante acierto. En menos de dos horas se consigue transmitir la sensación de apocalipsis inevitable que debe imprimir un personaje como Galactus, trasunto de la misma muerte, metáfora del fin inevitable de todas las cosas. Con referencias simpáticas a clásicos como 2001: Una odisea del espacio (1968), Star Wars (1977) y la saga de Star Trek, la película esquiva también los peajes de toda entrega de Marvel Studios al proponer una historia fresca, con la excusa de una dimensión alternativa, que no está mirando todo el tiempo a futuras entregas -a pesar de la presencia de las inevitables escenas postcréditos a modo de cliffhanger-. Aunque los efectos especiales -de la Cosa y la Antorcha Humana- no acaban de convencerme, hay que alabar el brillante diseño de producción y vestuario, una estética retro-futurista que está llena de detalles vintage, a lo que hay que sumar un planteamiento estético que parece inspirado en el hiperrealismo de la serie limitada Marvels (1994) creada por el guionista Kurt Busiek e ilustrada por Alex Ross. Mencionemos también la estupenda música de Michael Giacchino -que también compuso la banda sonora de Los increíbles-. Los Cuatro Fantásticos: Primeros pasos es un film sólido, excelente en su mezcla de lo íntimo y lo cósmico, con algunas ideas estupendas -la ecografía de la Mujer Invisible- que captura bien la esencia de los inmortales personajes creados por Lee y Kirby.