En la secuencia más intensa de American Sniper, el protagonista debe decidir si matar o no a un niño que lleva una granada. Se trata probablemente del momento clave para entender la película. No por casualidad -al menos en España- este fragmento se ha convertido en el trailer promocional del film. Es también el inicio de la historia, que enseguida da paso a un largo flashback cuyo objetivo es mostrarnos cómo ha sido la vida del protagonista hasta llegar a ese momento... y por qué opta por la decisión que acaba tomando.
-AVISO SPOILERS-
Tras matar al niño, Chris Kyle (Bradley Cooper) regresa desmoralizado a los barracones. Uno de sus compañeros, Biggles (Jake McDorman) lee un cómic de superhéroes que Kyle desprecia por infantil. Es un tío duro. Lo que lee Biggles -una "novela gráfica" dice él- no es un tebeo de Superman o del Capitán América. Esos son héroes tradicionalmente considerados como símbolos del american way of life y hasta cierto punto cuentan con el beneplácito del Gobierno de los Estados Unidos en la ficción. Biggles lee un cómic sobre The Punisher -El Castigador- un personaje creado en 1974 por el guionista Gerry Conway y el dibujante John Romita Sr. como enemigo de Spiderman. El personaje, Frank Castle, es un exmarine -veterano de la guerra de Vietnam- que decide tomarse la justicia en sus manos cuando la mafia asesina a su familia. Castle cree ser un héroe, pero para Spiderman o el Capitán América es un criminal. El mismo año que aparecía Punisher, Charles Bronson protagonizaba El justiciero de la ciudad (Michael Winner, 1974) con un argumento muy similar: ambos son vengadores armados que creen que su idea de la Justicia está por encima de la Ley y de un Gobierno incapaz. Tres años antes se estrenaba Harry el sucio (Don Siegel, 1971). En ella, un policía, Harry Callahan (Clint Eastwood), persigue a un asesino en serie llamado Scorpio, un francotirador que dispara a sus víctimas desde las azoteas de San Francisco sembrando el terror. Para capturar al criminal, Harry se saltará las reglas: le capturará sin orden judicial y llegará incluso a torturarle. Harry se enfrenta al alcalde de la ciudad, que insiste en negociar con el asesino cuando este secuestra a un autobús escolar. Harry acaba actuando por su cuenta, salvando a los rehenes y matando al asesino. Ahora bien, en El francotirador, la coartada moral en la que se escuda Chris Kyle tras matar al niño es que está cumpliendo su "trabajo". Sigue una lógica devastadora pero real: matar a ese niño significa salvar la vida de varios marines. No nos engañemos: es la misma lógica utilizada por Alan Turing (Benedict Cumberbatch) cuando decide no salvar varios barcos aliados de un ataque nazi para que estos no descubran que han conseguido descifrar el código de la máquina Enigma en The Imitation Game (Mortem Tyldum, 2014).
Pero esa -discutible- coartada moral se tambalea cuando Chris Kyle y su escuadrón se embarcan luego en una guerra personal de venganzas para matar a "los malos". Decoran sus carros de combate y su equipo militar con la calavera que sirve de emblema al Punisher de los cómics. Son hombres duros jugando a ser superhéroes de tebeo. Su objetivo es matar a un peligroso francotirador enemigo, mostrado en determinado momento en un plano de espaldas, atándose una cinta en la cabeza como si fuera el Rambo (Sylvester Stallone) de Acorralado (1982). En el clímax, Kyle pone en peligro a sus compañeros y desobedece a sus superiores -como Harry el Sucio- y consigue realizar un disparo kilométrico que aniquila al malvado tirador. Si la película hubiese acabado así, no sería demasiado diferente de un actioner de la era Reagan. Esto, sumado a la gran cantidad de banderitas estadounidenses que aparecen en pantalla es suficiente para que más de uno salga maldiciendo contra una "típica americanada".
Pero hay más en El francotirador. Porque Chris Kyle es presentado como el producto de la educación -casi una programación- que su padre -a golpe de cinturón- le ha inculcado: que su misión es proteger. Es esa idea la que le lleva a indignarse -legítimamente- cuando ve diversos atentados en las noticias y a tomar la decisión de alistarse en el ejército. Pero en esa línea recta hacia el soldado perfecto hay una pequeña desviación: Taya (Sienna Miller). Ella es el personaje principal de esta película y el que hace cambiar al protagonista. Cuando Chris Kyle mata al niño que lleva una granada, pierde su humanidad. Se convierte en ese absurdo héroe de acción americano y comienza a sufrir problemas cada vez más graves para adaptarse a la vida civil. Es Taya la que evita que Kyle se convierta en una máquina de matar. Cuando -por pura suerte- no mata al segundo niño, Kyle empieza a recuperar su humanidad y decide volver con su familia. Comienza entonces un proceso inverso al del principio: se despoja poco a poco de su entrenamiento militar para volver a ser el cowboy simplón que era al comienzo de la historia.
La reinserción de Kyle en la vida civil se apoya en que comienza a ayudar a otros excombatientes. La obsesión del personaje por proteger a los necesitados puede ser utilizada para algo más que matar en el frente. Para mí es importante que Eastwood utilice auténticos veteranos de guerra alrededor de Bradley Cooper, mostrando sus cicatrices de guerra reales. La guerra no es una batalla épica entre superhéroes. Por contraste, en las escenas anteriores en las que que Kyle y Taya tienen a sus hijos en brazos, se usan muñecos. Al parecer, por problemas de producción, no estuvieron presentes los bebés que se debían utilizar para esas escenas. Pero ese fallo aporta sentido: Kyle y Taya juegan a ser padres en Estados Unidos, mientras los niños reales mueren en Irak.
Chris Kyle no murió por el disparo de un terrorista enemigo. Fue asesinado por un exmarine al que intentaba ayudar en su propio país. Que este sea el final de El francotirador y que se haya incluido en la película me hace pensar que estoy ante un alegato antibélico.
Tras matar al niño, Chris Kyle (Bradley Cooper) regresa desmoralizado a los barracones. Uno de sus compañeros, Biggles (Jake McDorman) lee un cómic de superhéroes que Kyle desprecia por infantil. Es un tío duro. Lo que lee Biggles -una "novela gráfica" dice él- no es un tebeo de Superman o del Capitán América. Esos son héroes tradicionalmente considerados como símbolos del american way of life y hasta cierto punto cuentan con el beneplácito del Gobierno de los Estados Unidos en la ficción. Biggles lee un cómic sobre The Punisher -El Castigador- un personaje creado en 1974 por el guionista Gerry Conway y el dibujante John Romita Sr. como enemigo de Spiderman. El personaje, Frank Castle, es un exmarine -veterano de la guerra de Vietnam- que decide tomarse la justicia en sus manos cuando la mafia asesina a su familia. Castle cree ser un héroe, pero para Spiderman o el Capitán América es un criminal. El mismo año que aparecía Punisher, Charles Bronson protagonizaba El justiciero de la ciudad (Michael Winner, 1974) con un argumento muy similar: ambos son vengadores armados que creen que su idea de la Justicia está por encima de la Ley y de un Gobierno incapaz. Tres años antes se estrenaba Harry el sucio (Don Siegel, 1971). En ella, un policía, Harry Callahan (Clint Eastwood), persigue a un asesino en serie llamado Scorpio, un francotirador que dispara a sus víctimas desde las azoteas de San Francisco sembrando el terror. Para capturar al criminal, Harry se saltará las reglas: le capturará sin orden judicial y llegará incluso a torturarle. Harry se enfrenta al alcalde de la ciudad, que insiste en negociar con el asesino cuando este secuestra a un autobús escolar. Harry acaba actuando por su cuenta, salvando a los rehenes y matando al asesino. Ahora bien, en El francotirador, la coartada moral en la que se escuda Chris Kyle tras matar al niño es que está cumpliendo su "trabajo". Sigue una lógica devastadora pero real: matar a ese niño significa salvar la vida de varios marines. No nos engañemos: es la misma lógica utilizada por Alan Turing (Benedict Cumberbatch) cuando decide no salvar varios barcos aliados de un ataque nazi para que estos no descubran que han conseguido descifrar el código de la máquina Enigma en The Imitation Game (Mortem Tyldum, 2014).
Pero esa -discutible- coartada moral se tambalea cuando Chris Kyle y su escuadrón se embarcan luego en una guerra personal de venganzas para matar a "los malos". Decoran sus carros de combate y su equipo militar con la calavera que sirve de emblema al Punisher de los cómics. Son hombres duros jugando a ser superhéroes de tebeo. Su objetivo es matar a un peligroso francotirador enemigo, mostrado en determinado momento en un plano de espaldas, atándose una cinta en la cabeza como si fuera el Rambo (Sylvester Stallone) de Acorralado (1982). En el clímax, Kyle pone en peligro a sus compañeros y desobedece a sus superiores -como Harry el Sucio- y consigue realizar un disparo kilométrico que aniquila al malvado tirador. Si la película hubiese acabado así, no sería demasiado diferente de un actioner de la era Reagan. Esto, sumado a la gran cantidad de banderitas estadounidenses que aparecen en pantalla es suficiente para que más de uno salga maldiciendo contra una "típica americanada".
Pero hay más en El francotirador. Porque Chris Kyle es presentado como el producto de la educación -casi una programación- que su padre -a golpe de cinturón- le ha inculcado: que su misión es proteger. Es esa idea la que le lleva a indignarse -legítimamente- cuando ve diversos atentados en las noticias y a tomar la decisión de alistarse en el ejército. Pero en esa línea recta hacia el soldado perfecto hay una pequeña desviación: Taya (Sienna Miller). Ella es el personaje principal de esta película y el que hace cambiar al protagonista. Cuando Chris Kyle mata al niño que lleva una granada, pierde su humanidad. Se convierte en ese absurdo héroe de acción americano y comienza a sufrir problemas cada vez más graves para adaptarse a la vida civil. Es Taya la que evita que Kyle se convierta en una máquina de matar. Cuando -por pura suerte- no mata al segundo niño, Kyle empieza a recuperar su humanidad y decide volver con su familia. Comienza entonces un proceso inverso al del principio: se despoja poco a poco de su entrenamiento militar para volver a ser el cowboy simplón que era al comienzo de la historia.
La reinserción de Kyle en la vida civil se apoya en que comienza a ayudar a otros excombatientes. La obsesión del personaje por proteger a los necesitados puede ser utilizada para algo más que matar en el frente. Para mí es importante que Eastwood utilice auténticos veteranos de guerra alrededor de Bradley Cooper, mostrando sus cicatrices de guerra reales. La guerra no es una batalla épica entre superhéroes. Por contraste, en las escenas anteriores en las que que Kyle y Taya tienen a sus hijos en brazos, se usan muñecos. Al parecer, por problemas de producción, no estuvieron presentes los bebés que se debían utilizar para esas escenas. Pero ese fallo aporta sentido: Kyle y Taya juegan a ser padres en Estados Unidos, mientras los niños reales mueren en Irak.
Chris Kyle no murió por el disparo de un terrorista enemigo. Fue asesinado por un exmarine al que intentaba ayudar en su propio país. Que este sea el final de El francotirador y que se haya incluido en la película me hace pensar que estoy ante un alegato antibélico.
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