El hombre contra la máquina. La criatura que se rebela contra su creador. El llamado síndrome de Frankenstein es un tema recurrente en la ciencia ficción. Chappie es un ejemplo más del arquetipo, pero quizás se le puede achacar que, cinematográficamente, es también un cuerpo construido con partes de diversas fuentes. La pregunta es si el conjunto funciona, o si su visión puede producir el mismo terror que el monstruo de Mary Wollstonecraft.
-AVISO SPOILERS-
A primera vista -a partir de su trailer- Chappie puede parecer un remake de Robocop (Paul Verhoeven, 1987). El argumento básico es similar: combatir el crimen utilizando máquinas. Hay más coincidencias, como la existencia de una corporación con fines comerciales, Tetravaal -que recibe su nombre del cortometraje de 2003 que es el origen de esta película- en la que dos ingenieros compiten por imponer su idea de lo que debe ser la nueva policía. Además, el enemigo a vencer por el protagonista, el Moose, es prácticamente un ED-209. Se apunta incluso un tema presente en el remake del clásico ochentero -Robocop (José Padilha, 2014)- el conflicto ético que surge al utilizar una inteligencia artificial en lugar de la humana para decisiones morales como las que debe tomar un agente de la Ley.
Pero cuidado. Porque creo que la verdadera esencia de Chappie es nada menos que Cortocircuito (John Badham, 1986) ese subproducto derivado de E.T. El extraterrestre (Steven Spielberg, 1982) que ha conseguido hacernos gracia por pura nostalgia. Estas tres películas comparten sin duda elementos como la educación de un ser ajeno a la Humanidad que intenta aprender, precisamente, lo que significa ser humano. En este sentido, la película se plantea varios mentores para Chappie (Sharlto Copley). El primero, su creador, Deon (Dev Patel) intenta hacer del robot algo así como un espíritu libre, pacífico y creativo. Pero también está su otro "padre", un criminal drogadicto que responde al nombre de Ninja (¡Ninja!) y que intentará utilizarle para sus fines. La figura materna recae en Yolandi (Yo-Landi Visser) otra excéntrica criminal que desarrolla sus instintos gracias al robot. La relación entre estos tres personajes es el conflicto central de la película, que casi se convierte en una comedia familiar en algunos momentos. Gran parte de la educación de Chappie adquiere un tono juvenil -casi infantil- que no es criticable, pero desde luego contrasta con los tiroteos y las escenas de violencia de las secuencias de acción.
Chappie parece también una vuelta a los orígenes de su director: su inicio recuerda poderosamente a la estupenda Distrito 9 (2009) por emplazar la historia en Johannesburgo; por la utilización de informativos para situarnos -eso remite también, de nuevo, a Robocop- y por el uso de una cámara nerviosa de reportaje televisivo para dotar de realismo a la propuesta. Por otro lado, si Elysium (2013) -segunda película de Blomkamp planteaba un conflicto -el de los privilegiados y los marginados, el de la sanidad pública- que en realidad no necesitaba una coartada de ciencia ficción, Chappie acorta al máximo su vocación anticipativa ¡Ocurre en 2016! Recordemos que 2001: odisea en el espacio fue estrenada por Kubrick en 1968. El futuro es el presente.
¿Guau Guau? |
Por último, creo adivinar un tema subterráneo muy friki en Chappie. Los personajes de Dev Patel y Hugh Jackman -que vuelve a controlar un robot peleón como en Acero Puro (Shawn Levy, 2011)- no solo compiten por imponer sus respectivas creaciones. Jackman es además un fanático católico -también lo fue en Prisioneros (Denis Villeneuve, 2013)- que se enfrenta a un actor que identificamos claramente con un personaje de origen indio -fue el protagonista de Slumdog Millonaire (Danny Boyle, 2003)- y por lo tanto con la religión hindú y por ende con creencia en la reencarnación. Un concepto muy presente en el final de Chapie y en otras (ciencia)ficciones recientes como El destino de Júpiter (Los hermanos Wachowski, 2015) y Orígenes (Mike Cahill, 2014).
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