Ruby Sparks, una chica perfecta que cobra vida tras salir de la mente de un escritor, es una metáfora -muy bonita- de la imposibilidad de encontrar a la pareja ideal.
El protagonista, Calvin (Paul Dano), -que comparte nombre con ese niño que cree que su tigre de peluche es su mejor amigo- es un joven con tanta imaginación que, con una vieja máquina de escribir, consigue crear y cambiar a su antojo a su novia (Zoe Kazan) utilizando la prosa. Ese superpoder puede parecer la solución perfecta a los problemas de pareja. Pero lo que se pregunta la autora de esta historia -la propia Zoe Kazan- es si es posible amar a una marioneta de nuestros deseos ¿dónde queda entonces la sorpresa? ¿y la admiración por una persona que tiene ideas diferentes a las nuestras? El propio Calvin parece darse cuenta de esto porque al principio guarda su novela -la de Ruby Sparks- en un cajón, en una metáfora de la creación artística: el escritor supera su bloqueo cuando se enamora de Ruby, deja de escribir cuando es feliz con ella, y no retoma su novela hasta que no aparecen los problemas sentimentales y la pierde. El arte nace de la angustia.
El proceso en el que Calvin cambia a Ruby una y otra vez es -de nuevo- una metáfora sobre las sucesivas relaciones con diferentes personas en las que inevitablemente fracasamos para poder encontrar, por fin, a la que creemos definitiva. Hasta que los defectos se acumulen de nuevo.
Ruby Sparks nos dice que no puede existir la pareja perfecta porque esa perfección es también un defecto. Pero me atrevo a decir que vale la pena buscar -y equivocarse, equivocarse mucho y muy mal- porque esa persona ideal sí que existe. La clave está en enamorarse de los defectos del otro. Esos que -sin amor- pueden parecer irritantes: la manía de cantar canciones cursis todo el rato; que cada mañana se pase una eternidad en el baño haciendo rugir a un secador de pelo; o lo peor, que siempre encuentre algo bueno que decir de absolutamente todo el mundo. Incluso de mí.
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