EL RENACIDO (ALEJANDRO GONZÁLEZ IÑÁRRITU, 2015)


Lo primero que llama la atención de El renacido, es que es un western en planos secuencia. Si de John Ford recordamos las colosales imágenes del rocoso Monument Valley, González Iñárritu parece preferir el famoso travelling que se acercaba al rostro de John Wayne en La diligencia (1939). Sergio Leone hizo que las caras de sus mugrientos cowboys fueran tan importantes como los paisajes en formato panorámico. Iñárritu también prefiere los rostros de sus actores a las grandes extensiones que caracterizan al género. Recordemos que Birdman (2014), anterior film de Iñárritu, ocurría en un solo plano secuencia digitalmente falso. Aquí el director recurre al montaje, insertando planos del paisaje para situar a los personajes, pero la mayor parte del tiempo su cámara -en constante movimiento- estará pegada al rostro de los intérpretes. El aliento de DiCaprio empañando el objetivo. Esta decisión del mexicano nos mete dentro de la acción, nos acerca a la sangre derramada, nos sumerge debajo del agua helada de los ríos y hunde nuestros pies en la nieve. Consigue Iñárritu que su western sea muy físico. Pero más importante, libera a sus intérpretes de la limitación del montaje. La opción le ha valido a DiCaprio un Globo de Oro y una nominación al Oscar.


El director Anthony Mann -Horizontes lejanos (1952)- le daba tanta importancia a sus paisajes como a sus (anti)héroes encarnados por James Stewart. El western es el cine de la figura humana colocada en una gran extensión. El hombre contra la naturaleza. Iñárritu enfrenta a Hugh Glass (Leonardo DiCaprio) contra todos los elementos. El renacido da casi tanto frío como el otro western estrenado recientemente, Los odiosos ocho (Quentin Tarantino, 2015). La de Iñárritu es una película visceral en la que el hombre -no hay mujeres aquí- acaba convertido en un animal salvaje, luchando por sobrevivir. Por matar a otro. Porque estamos ante una historia de venganza, tema recurrente en el género. Recordemos Hasta que llegó su hora (Sergio Leone, 1968), El jinete pálido (Clint Eastwood, 1985) o incluso la bastarda Kill Bill (Quentin Tarantino, 2003-2004). Una venganza llevada a sus últimas consecuencias. Esa sería una gran película.



Pero Iñárritu añade una mirada mística a su film. Sin llegar al panteísmo de Terence Malik -El árbol de la vida (2011)- aunque apropiándose de algunos clichés de su cine -esas pretenciosas voces susurradas en off- en El Renacido se confrontan dos visiones de la existencia. Una parece cercana al misticismo de los indios americanos con los que el personaje de DiCaprio ha formado una familia. La otra es fría y desesperanzada, ese "Dios es una ardilla y me comí a la bastarda" que suelta John Fitzgerald (Tom Hardy), un tío al que los indios casi arrancan la cabellera. Estos dos hombres blancos luchan sobre una tierra que pertenece a indios, osos grizzly y búfalos. Todos prácticamente extintos. Todos son presencias fantasmales. Creo que esta dimensión espiritual recarga la película del mexicano, excesiva sin duda y con tendencia a acumular situaciones hasta agotarnos. ¿Son necesarios tantos martirios para el personaje de DiCaprio? Probablemente sí. ¿Hacía falta verle resucitar tantas veces? No lo sé. Birdman acababa de forma decepcionante con la mirada tramposamente ambigua de Emma Stone. Aquí, González Iñárritu repite la jugada. Y la mirada de DiCaprio me genera las mismas dudas.

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