Siguiendo el esquema más que conocido de "urbanitas se meten donde nadie les llama", Backcountry cambia al asesino en serie -clásico del cine de terror- por un gigantesco oso negro. No es la primera película con úrsido asesino -creo que la más conocida debe ser Grizzly (William Girdler, 1976) un exploitation de Tiburón (Steven Spielberg, 1975)- pero probablemente sí sea la mejor de la historia. Pero tampoco soy un experto en el tema. Eso sí, el oso de esta película no es un monstruo. No es malvado. Es simplemente un animal salvaje que sigue sus instintos y eso, en cierto modo, resulta mucho más terrorífico.
Backcountry es una película muy bien hecha, tremendamente realista, que sorprende por su planteamiento argumental. Una pareja joven inicia un viaje poco prudente a la naturaleza, que saca a la luz los problemáticos roles de género que hemos heredado de una cultura más primitiva. El núcleo del conflicto es que Alex (Jeff Roop) quiere demostrarle su hombría a su novia, Jenn (Missy Peregrym). En las primeras escenas adivinamos que Alex se siente cuestionado por su chica: el pobre chaval falla estrepitosamente en el terrorífico test de una revista femenina. Ya de acampada, un "hombre de verdad" pone a prueba a Alex. Brad (Eric Balfour) demuestra saber mucho más que Alex sobre los senderos del parque natural en el que se encuentran y se atreve a flirtear con Jenn en toda su cara. Esto es lo que sin duda lleva a Alex a arriesgar y a adentrarse temerariamente por senderos que no conoce. El ataque del oso es el clímax de esta historia. Se trata de una escena muy gráfica y cruda, que no es apta para todos los estómagos y que deja al espectador en shock durante el resto del metraje. Backcountry se convierte a partir de ahí en un survival en el que Jenn intenta escapar del oso. Pero la película no fuerza las tornas: no hay una última aparición del animal para poner en peligro de nuevo la vida de la protagonista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario