HARDHOME (31 DE MAYO DE 2015) -AVISO SPOILERS-
¿Os imagináis que Juego de Tronos fuera siempre como este capítulo? Sería la mejor serie de la historia. O al menos la más divertida. Cuando pienso en Fantasía Heroica, las imágenes que vienen a mí cabeza se parecen mucho al tramo final de esta octava entrega de la temporada. Un batalla entre el pueblo libre y un batallón de muertos vivientes, un auténtico Ejército de las tinieblas (Sam Raimi, 1992). Entre los zombies se pueden ver esqueletos como los de Jason y los Argonautas (Don Chaffey, 1963), cadáveres putrefactos como los de La noche de los muertos vivientes (George A. Romero, 1968), muertos muy muy muy rápidos como los de 28 días después (Danny Boyle, 2002); masas de zombies que se lanzan por un precipicio al estilo de Guerra Mundial Z (Marc Forster, 2013) y hasta niños despojados de vida que dan mucho miedo. La verdad, tengo algún reparo sobre la utilización de los zombies, debido a la sobreexplotación de estos monstruos en la ficción popular actual. Pero tampoco me quejo, porque además vemos a un gigante, Wun Wun (Ian Whyte), y a los Caminantes Blancos. Me ha encantado.
Volvamos a la realidad. No todos los capítulos de Juego de Tronos pueden ser así, seguramente por razones de presupuesto. Digo yo que sería carísimo. Pero es que normalmente en esta serie nos tenemos que conformar con ver a dos personas hablando de política. Y eso, entretenido no es. Alguno dirá que esas escenas son necesarias para desarrollar a los personajes y que esa es la razón por la que esta batalla mola tanto. Que es el clímax de una construcción argumental anterior. Mentira. Los Caminantes Blancos han sido una amenaza de fondo durante toda la serie. De fondo. Los hemos visto con cuentagotas y eso que ya salían en el primer episodio. Así que, a los antagonistas no los conocemos de nada. Puede ser que precisamente por eso, dan miedo. Pero hay que reconocer que, de los personajes que participan en esta batalla, el único que conocemos y nos importa de verdad, es Jon Nieve (Kit Harington). Al resto apenas les hemos visto. A Tormund (Kritofer Hivju) le estamos empezando a coger cariño. La líder del pueblo libre, Karsi (Birgitte Hjort Sorensen) es presentada en este episodio ¡Y la matan enseguida! Ese es el problema de Juego de Tronos, que consigue mantenernos en tensión por esa política de que puede morir cualquiera, pero otro lado, los personajes con mayor profundidad y carisma, han muerto ya. Al menos es mi opinión. Hay que decir también que en cada temporada de la serie los espectadores soportamos siete capítulos de intrigas palaciegas y diálogos interminables sobre personajes cuyos nombres no nos acabamos de aprender, para que luego el noveno episodio sea una batalla -como Blackwater, novena entrega de la segunda temporada, dirigida por Neil Marshall- que nos engancha de nuevo. Lo peor es que funciona.
No todo es batalla -lamentablemente- en este capítulo. Antes hemos visto a Daenerys (Emilia Clarke) aliarse con Tyrion (Peter Dinklage); a Jorah Mormont (Iain Glen) ofrecer sus servicios al esclavista Yezzan (Enzo Cilenti); a Arya (Maisie Williams) convencer, por fin, a Jaqen (Tom Wlaschiha); a Cersei (Lena Heady) en el calabozo y negándose a ceder ante los gorriones; a Sansa (Sophie Turner) pidiéndole explicaciones a Theon (Alfie Allen) que confiesa que Bran y Rickon siguen con vida ¿alguien se acordaba de eso? Pues es importante. Además, el aprendiz Olly (Brenock O´Connor) habla con Samwell (John Bradley) acerca de sus dudas sobre Jon Nieve y su intención de aliarse con los salvajes. Lo que nos lleva a la gran batalla final. Que es lo que mola.
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