DEMONS 2 (LAMBERTO BAVA, 1986)


Siendo Demons (Lamberto Bava, 1985) una obra tan peculiar, cabría pensar que sus autores podrían haber tenido reparos a la hora de abordar una secuela. Pero si por algo se caracteriza el cine italiano exploitation es por una sana desvergüenza que hace que esta segunda parte sea al mismo tiempo clónica -prácticamente un remake- y muy diferente. Demons 2 se lanza a aprovechar el éxito de la primera película apenas un año después, pero también consigue establecer un diálogo muy interesante con su predecesora.

El prólogo juega a presentarnos un giallo -recordemos que Dario Argento está detrás de esto- que no existe, desvelando que lo que parecía sangre era en realidad mermelada, que el cuchillo homicida era para cortar una tarta y que el asesino era un repostero. El mensaje está claro: nada es lo que parece y estamos ante una representación. Tras esto, nos encontramos con un actor de la primera película, que aquí aparece en un papel completamente diferente. El característico perfil de Lino Salemme vuelve a aparecer, vivo, pero el que antes era un punk, ahora es un guardia de seguridad. Vale, esto puede parecer una anécdota al tratarse de un personaje muy secundario. Pero es que otro actor, de raza negra, Bobby Rhodes, al que vimos en la primera entrega, reaparece también en esta secuela. En las dos películas interpreta papeles importantes y aunque los personajes sean diferentes -Tony moría en la anterior- la función dramática, la personalidad y el final de ambos es exactamente el mismo. Esto es una representación. Algo parecido ha hecho George Miller con su saga, Mad Max (1979-2015), en la que algunos actores reaparecen en diferentes papeles, lo que trae de cabeza a los frikis del canon.


El esquema argumental de Demons 2 es calcado al de la primera película. Incluso se repiten planos -esos demonios de ojos brillantes que caminan en grupo- y como ya he mencionado, algunos actores vuelven con otros personajes. Eso sí, al menos la versión que he visto en Yomvi tiene considerablemente menos gore que su antecesora, pero no sé si se trata de una versión recortada. Esta secuela juega también a la metaficción, al cine dentro del cine, pero ahora la película diabólica no está en una gran pantalla sino en los televisores de las casas de un edificio residencial. El demonio portador de la infección sale literalmente de un televisor como en Poltergeist (Tobe Hooper, 1982) pero copiando el recurso estético de Videodrome (David Cronenberg, 1983),  en lo que es un precedente de The Ring (Hideo Nakata, 1998). Poco a poco la sangre satánica contagia todas las estancias del moderno edificio, lo que representa otro punto en común con otra obra de Cronenberg, Vinieron de dentro de... (1975). Hay también algunos apuntes perversos sobre la maternidad: Hannah, la mujer embarazada, se enfrenta a un niño poseído y luego a un demonio del tamaño de un bebé que parece un descarte de Gremlins (Joe Dante, 1984). Lo dicho, desvergüenza y conciencia de que esto es una representación.

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