Uno de los conflictos recurrentes en The Flash es el paternofilial. Barry Allen (Grant Gustin) tiene aquí nada menos que tres padres. El biológico, Henry Allen (John Wesley Shipp) -recordemos, el Flash de la serie de los 90- su padre adoptivo, Joe West (Jesse L. Martin) y su padre vocacional, el Harrison Wells (Tom Cavanagh) de Tierra-2, el ídolo nerd de Barry. Los tres opinan y se preocupan -a su manera- sobre lo que debe hacer Barry para derrotar a Zoom (Teddy Sears). El héroe cree que es demasiado peligroso recrear el accidente del acelerador de partículas, pero la ausencia de Flash provoca que Zoom mate a varios policías. Esto nos lleva, una vez más, a pensar en la famosa frase de Spiderman: un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Barry se siente culpable por las muertes, se somete al experimento de Wells... y parece morir. Sabemos que no es así, pero será interesante descubrir dónde está Barry y cómo conseguirá volver.
Ocurren tantas cosas en este episodio que me asombra la forma en la que los guionistas de la serie acumulan argumentos en 42 minutos. Veamos. La idea de crear un holograma para que los criminales piensen que Flash sigue en activo, es ingeniosa. Cisco Ramon (Carlos Valdes) se enfrenta a su hermano Dante (Nicholas Gonzalez), tanto el de su planeta como el de Tierra-2. Allí Dante es el villano Rupture -creado en los cómics en 1984, aunque esta versión es de 2013- cuyo traje ha sido recreado fielmente, cosa que mola. Iris West (Candice Patton) decide decirle a Barry que está enamorada de él. Justo ahora. Henry Allen deja caer que el apellido de Zoom, o del Flash de Tierra-2, Garrick, es el de su madre. Y Wally West (Keiynan Lonsdale) y Jesse Quick (Violett Beane) reciben el impacto de la explosión del acelerador de partículas que seguramente les va a convertir en velocistas. ¡Ah! El próximo episodio lo dirige Kevin Smith.
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